ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los pobres
Palabra de dios todos los dias

Memoria de los pobres

Recuerdo de los primeros mártires de la Iglesia de Roma durante la persecución de Nerón. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Memoria de los pobres
Lunes 30 de junio

Recuerdo de los primeros mártires de la Iglesia de Roma durante la persecución de Nerón.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Mateo 8,18-22

Viéndose Jesús rodeado de la muchedumbre, mandó pasar a la otra orilla. Y un escriba se acercó y le dijo: «Maestro, te seguiré adondequiera que vayas.» Dícele Jesús: «Las zorras tienen guaridas, y las aves del cielo nidos; pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza.» Otro de los discípulos le dijo: «Señor, déjame ir primero a enterrar a mi padre.» Dícele Jesús: «Sígueme, y deja que los muertos entierren a sus muertos.»

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Muchas veces leemos en los evangelios que la gente se acerca a Jesús llevando pobres, enfermos y endemoniados para que los cure. ¡Cuántos ocasos, en Cafarnaún, se transformaron en el alba de una nueva vida para muchos enfermos! Jesús acoge, mira conmovido a la muchedumbre y sabe distinguir en ella las historias de cada uno. No se detuvo en una orilla, sino que quiso ir también a la otra orilla del lago, como si quisiera subrayar que nadie debía quedarse sin el Evangelio, sin una palabra de salvación. Jesús deja que nuestra humanidad se acerque a él, pero para cambiarla. Es un verdadero maestro, un amigo que, precisamente porque nos ama, nos ayuda a ser distintos. A menudo queremos reducir a Jesús a una de las muchas experiencias que deben asegurarnos el bienestar. Se le acerca un escriba que lo llama respetuosamente con el título de "maestro" y le manifiesta su disponibilidad a seguirlo. Tal vez piensa que es suficiente seguirlo a una distancia, aprender algunas nociones y formar parte de un grupo, con todas las ventajas que eso significaba en términos de garantía y de seguridad. Así no estaría solo y formaría parte de un grupo respetable. Aquel escriba se parece a una semilla que cae allí donde no hay tierra, es decir, donde no hay corazón. Sin raíces la semilla se quema pronto por el sol de las adversidades y se pierde, se convierte en una de tantas ilusiones. Jesús quiere que la semilla dé fruto, porque sin nuestra vida es estéril. Jesús contesta diciendo que seguirlo significa vivir como él, es decir, no tener ni casa ni lugar donde reposar, porque la vida es para gastarla para los demás. Jesús no vino a la tierra para ofrecer garantías y seguridad a los suyos. La urgencia de comunicar a todos el Evangelio lo consume. El cristiano no recibe la condición de hijo para cerrarse en un universo pequeño y seguro, sino para ir hasta los extremos de la tierra. El cristiano es siempre un misionero, un hombre que sale de sí mismo para encontrar su salvación. El discípulo, incluso cuando tiene una vivienda estable, como la mayoría de nosotros, está siempre llamado a alimentar y cultivar pasión e interés por el mundo y por las necesidades de la Iglesia extendida por toda la tierra. Con esa misma radicalidad, Jesús le contesta al discípulo que le pide ir a enterrar a su padre antes de seguirlo. La respuesta de Jesús es paradójica. No es alguien despiadado y sin corazón. No se trata, de hecho, de una cuestión de dureza en el comportamiento, sino más bien de la absoluta prioridad de optar por el Señor. Si no lo dejamos todo no comprendemos el amor del Señor. Y solo por amor uno lo deja todo.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.