ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Madre del Señor
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Madre del Señor
Martes 1 de julio


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Espíritu del Señor está sobre ti,
el que nacerá de ti será santo.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Mateo 8,23-27

Subió a la barca y sus discípulos le siguieron. De pronto se levantó en el mar una tempestad tan grande que la barca quedaba tapada por las olas; pero él estaba dormido. Acercándose ellos le despertaron diciendo: «¡Señor, sálvanos, que perecemos!» Díceles: «¿Por qué tenéis miedo, hombres de poca fe?» Entonces se levantó, increpó a los vientos y al mar, y sobrevino una gran bonanza. Y aquellos hombres, maravillados, decían: «¿Quién es éste, que hasta los vientos y el mar le obedecen?»

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

He aquí Señor, a tus siervos:
hágase en nosotros según tu Palabra.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Jesús está en la barca con los discípulos de camino a la otra orilla del mar. Durante la travesía se duerme. De repente –como pasa a menudo en aquel mar cuando soplan los vientos del noreste– se desata una tempestad. Son muchas las tempestades que hacen que "nos caiga el mundo encima", como las expresiones de violencia o las sentencias de enfermedades o los accidentes que acaban con la vida de personas queridas. Experimentamos como los discípulos nuestra fragilidad, sentimos que no tenemos seguridades y protecciones verdaderas. La barca es zarandeada por las olas. Jesús, increíblemente, continúa durmiendo. Los discípulos son presa del miedo y se muestran desconcertados cuando ven que su maestro duerme. Parece que ellos no le importan nada. Lo despiertan y le gritan: "¡Señor, sálvanos, que perecemos!". Es un grito de desesperación y al mismo tiempo de confianza, como es muchas veces nuestra oración. Creen que el Señor era indiferente. Muchas veces nuestra poca fe nos ha hecho creer que el Señor no nos defiende, no nos ayuda, no nos protege. Olvidamos que Jesús está en nuestra barca. ¿Cuántos de nosotros quedan atrapados por la tempestad y solo pueden aferrarse al grito de ayuda? Aquel grito simple es muy próximo a nuestra situación, es muy humano y describe bien nuestra pequeña fe. Jesús se despierta y reprocha a los discípulos su poca fe. Deberían saber, en efecto, que mientras están con el Señor no hay que temer ningún mal. Así reza el salmo 23: "Aunque fuese por valle tenebroso, ningún mal temería, pues tú vienes conmigo" (4). Jesús no es indiferente, sino sereno como quien se abandona a la protección del Padre. Frente a la tranquilidad de Jesús, los apóstoles y también nosotros somos personas realmente de poca fe. No obstante, hacemos bien en imitar el grito de los discípulos cuando la tempestad se cierne sobre nosotros. Jesús nos ayuda a buscar en nuestro interior la verdadera fuerza, porque nos hace descubrir la fe por la cual no hay nada imposible para quien cree. Sea como sea, también en este caso Jesús se levanta y, encarándose al viento y al mar, los increpa. Y se extiende "una gran bonanza". Basta una palabra de Jesús para que el mal retroceda. Los que han presenciado la escena –el evangelista parece sugerir que no son solo los discípulos, sino también los que lo han visto desde la orilla– quedan atónitos. El discípulo (y también la conversión) nace del estupor al ver que la Palabra de Jesús calma las tempestades de la vida, incluso cuando parece que es inevitable hundirse.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.