ORACIÓN CADA DÍA

Oración por los enfermos
Palabra de dios todos los dias

Oración por los enfermos

Recuerdo de Atenágoras (1886-1972), patriarca de Constantinopla, padre del diálogo ecuménico. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Oración por los enfermos
Lunes 7 de julio

Recuerdo de Atenágoras (1886-1972), patriarca de Constantinopla, padre del diálogo ecuménico.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Mateo 9,18-26

Así les estaba hablando, cuando se acercó un magistrado y se postró ante él diciendo: «Mi hija acaba de morir, pero ven, impón tu mano sobre ella y vivirá.» Jesús se levantó y le siguió junto con sus discípulos. En esto, una mujer que padecía flujo de sangre desde hacía doce años se acercó por detrás y tocó la orla de su manto. Pues se decía para sí: «Con sólo tocar su manto, me salvaré.» Jesús se volvió, y al verla le dijo: «¡Animo!, hija, tu fe te ha salvado.» Y se salvó la mujer desde aquel momento. Al llegar Jesús a casa del magistrado y ver a los flautistas y la gente alborotando, decía: «¡Retiraos! La muchacha no ha muerto; está dormida.» Y se burlaban de él. Mas, echada fuera la gente, entró él, la tomó de la mano, y la muchacha se levantó. Y la noticia del suceso se divulgó por toda aquella comarca.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

En pocas líneas, el evangelista nos enseña dos milagros de Jesús: la resurrección de la hija de uno de los jefes de los judíos y la de la mujer hemorroísa. Estamos en Cafarnaún, y uno de los jefes de la sinagoga se postra ante él y le suplica: "Mi hija acaba de morir, pero ven, impón tu mano sobre ella y vivirá". Muy probablemente conoce bien a Jesús porque lo ha visto asistir a la sinagoga y tal vez incluso lo ha invitado alguna vez a tomar la palabra. Sin duda conoce la bondad y la misericordia de este joven profeta. Él es la única esperanza que le queda para recuperar a su hija. En él reconocemos el tormento de muchos padres ante la muerte de sus hijos. Su oración contiene muchas oraciones desesperadas por la pérdida prematura de los seres queridos. Sabemos que el sufrimiento es inaceptable para quien ama a la persona. Pero en aquel hombre hay una fe fuerte: cree que Jesús lo puede hacer todo. Es la fe que nos enseña el Señor cuando afirma que no hay nada imposible para Dios. Devolverle la vida a aquella niña no es más que la anticipación de la Pascua y de la definitiva victoria del Señor sobre la muerte. Jesús escucha la oración de aquel padre, se levanta de inmediato y se pone en camino. Al llegar a la casa del jefe de la sinagoga toma a la niña por la mano, la despierta del sueño de la muerte y le devuelve la vida. El hombre es impotente ante el violento desgarro de la muerte. Confiemos con fe al Señor a aquellos que pierden la vida siendo aún niños o jóvenes y aprendamos del Evangelio a acompañar a quien sufre el dolor de la muerte de sus seres queridos para que crezca la fe consoladora en la Resurrección. Durante el trayecto –Jesús nunca camina sin dejar rastro– una mujer que sufre hemorragias desde hace doce años, piensa que basta con tocar el manto de Jesús para quedar curada. Es una confianza simple que se manifiesta en un gesto aparentemente aún más simple, y además, hecho a escondidas. Jesús se da cuenta, la ve y le dice: “¡Ánimo!, hija, tu fe te ha salvado". Mateo resalta que es la palabra de Jesús junto a la fe de aquella pobre mujer lo que lleva a cabo la curación: hace falta una relación personal entre aquella mujer y Jesús, entre nosotros y Jesús. No se trata de magia sino de una relación de cariño y de confianza con aquel extraordinario Maestro. Y también debemos preguntarnos: ¿acaso el discípulo, la comunidad cristiana, no es el manto de Jesús para muchos que buscan consuelo y salvación? ¿Somos realmente así? ¿Son realmente así nuestras comunidades? Jesús busca a la persona entre la muchedumbre. También nosotros buscamos siempre al hombre o a la mujer que piden, con la historia única y particular de cada uno.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.