ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Iglesia
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Iglesia
Jueves 17 de julio


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Yo soy el buen pastor,
mis ovejas escuchan mi voz
y devendrán
un solo rebaño y un solo redil.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Mateo 11,28-30

«Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso. Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera.»

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Les doy un mandamiento nuevo:
que se amen los unos a los otros.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Son pocos versículos, pero están llenos de aquella compasión que ya vimos al inicio de la misión pública de Jesús. Como si quisiera sintetizar toda su acción salvadora, llama consigo a los que están fatigados y sobrecargados por la vida: podríamos decir que incluye desde el publicano al que llamó para que le siguiera hasta el pequeño grupo de hombres y mujeres que lo eligieron como Maestro; desde las muchedumbres vejadas y abatidas que finalmente encuentran un pastor hasta los que no tienen quien se ocupe de ellos; desde quien vive oprimido por la violencia de los ricos hasta los que sufren la violencia de la guerra, del hambre y de la injusticia. Para todas esas personas resuenan, llenas de ternura y de sensibilidad, estas palabras del Señor: "Venid a mí, y yo os daré descanso". Y nosotros tenemos que ser la voz de Jesús, su Iglesia debe gritar a las muchedumbres del mundo la invitación de Jesús a cobijarse bajo su manto. ¿Es así? O mejor dicho, ¿intento yo decir, con toda humildad y delicadeza, aquellas mismas palabras a la gente que encuentro? Aquella invitación de Jesús que también nosotros hemos recibido a través de alguien, ¿la repetimos a su vez nosotros para otros que la esperan? Los hombres, a menudo alejan a quien está cansado y oprimido, dejan solos a los demás, tienen miedo de involucrarse, piensan rápidamente en sus dificultades y se sienten víctimas. Con esta invitación Jesús sanciona una especie de derecho al reposo del cansancio, a recibir atención, apoyo, ayuda. Nosotros debemos ser, con nuestro amor, aquel alivio para muchos que viven oprimidos por el sufrimiento, por condiciones de vida injustas, insoportables. Y el reposo no es otro que Jesús mismo: recostarse sobre su pecho y alimentarse de su Palabra. Jesús, y solo él, puede añadir: "Tomad sobre vosotros mi yugo". No habla del "yugo de la ley", el duro yugo que imponen los fariseos. El yugo del que habla Jesús es el Evangelio, exigente y suave al mismo tiempo, como él. El verdadero yugo es unirse a Él. No somos libres cuando estamos desvinculados de todos porque así terminamos siendo presos del yugo más pesado, el de nuestro yo. Solo somos libres si nos unimos a aquel que nos saca de los angostos límites de nuestro yo. Por eso añade: "Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón". Son las dos características que Jesús indica a todos, camino de bienaventuranza, es decir, de felicidad, que podemos dar y recibir. El manso y el humilde hacen la vida más fácil a quien tienen cerca, al contrario del arrogante, del irascible, del soberbio, del agresivo, que vive mal y hace el mal. Aprended de mí, es decir, haceos discípulos míos. Lo necesitamos nosotros y sobre todo lo necesitan las grandes muchedumbres de este mundo, que esperan escuchar una vez más la invitación de Jesús: "Venid y encontraréis reposo".

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.