ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de Jesús crucificado
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de Jesús crucificado
Viernes 12 de septiembre


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Lucas 6,39-42

Les añadió una parábola: «¿Podrá un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en el hoyo? No está el discípulo por encima del maestro. Todo el que esté bien formado, será como su maestro. ¿Cómo es que miras la brizna que hay en el ojo de tu hermano, y no reparas en la viga que hay en tu propio ojo? ¿Cómo puedes decir a tu hermano: "Hermano, deja que saque la brizna que hay en tu ojo", no viendo tú mismo la viga que hay en el tuyo? Hipócrita, saca primero la viga de tu ojo, y entonces podrás ver para sacar la brizna que hay en el ojo de tu hermano.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Continúa la lectura del discurso de Jesús a los discípulos, que empezó con las "bienaventuranzas". Los pasajes de hoy y el que escucharemos mañana constituyen una unidad en la que Jesús expone una serie de máximas de sabiduría humana y espiritual que entrega a los discípulos de ayer y de hoy. Y las expresa en el lenguaje de los "proverbios" para que todos las comprendan y puedan inspirar concretamente nuestros comportamientos. La imagen del ciego que no puede guiar a otro ciego nos recuerda a todos, y en especial a los que tienen alguna responsabilidad como guías, que debemos saber tener los ojos abiertos sobre el Evangelio, que debemos estar atentos a nuestra vida interior, que debemos ver lo que hay de bueno y de hermoso a nuestro alrededor; de lo contrario, seremos ciegos y no podremos ayudar a nadie. Queda clara la acusación directa a los fariseos porque son guías ciegos incapaces de guiar a otros. Pero la enseñanza es para todos, también para los discípulos: aquel que está ciego, es decir, aquel que se guía solo por su avaricia o por su orgullo, aquel que está centrado solo en sí mismo, cae en la actitud que estigmatiza el Evangelio. Jesús, por otra parte, recuerda que ningún discípulo debe pensar que es más que el maestro. Eso significa que ningún discípulo, incluso cuando haya hecho progresos en sabiduría, debe caer en la tentación de pensar que ya no necesita escuchar el Evangelio. En todo caso, el discípulo debe convertirse él mismo en evangélico, es decir, tener los mismos sentimientos que tenía Jesús; entonces "será como el maestro". No se trata solo de imitar un modelo externo, sino de vivir con Jesús, de tomar parte en su misma misión, de trabajar por su mismo sueño. Esta unión profunda con Jesús es lo que llevó al apóstol a decir: "Ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí" (Ga 2,20). La actitud contraria es la que lleva a resaltar la brizna en el ojo de los demás y a no ver la viga que cada uno de nosotros tenemos en nuestro ojo. Es el antiguo vicio de ser buenos con nosotros mismos y severos con los demás; un vicio que nos acompaña siempre. Por eso hay que estar siempre atento. Todos conocemos las amarguras y las distorsiones que una actitud egocéntrica provoca en las relaciones entre nosotros y con los demás. Por eso el apóstol nos exhorta también a nosotros como lo hizo entonces a los cristianos de Filipos: "Nada hagáis por ambición, ni por vanagloria, sino con humildad, considerando a los demás como superiores a uno mismo" (Flp 2,3). No es fácil considerar que los demás están por encima de nosotros. Por eso el Evangelio insiste. Y nos invita a mostrar una nueva actitud hacia los demás, la de amar y no la de juzgar. El amor abre los ojos del corazón para ver, para conmoverse y para ir hacia los demás con misericordia y humildad. Pero esa no es una actitud fácil de tener. Entre otras cosas porque para adquirirla debemos emprender un verdadero trabajo sobre nuestra vida interior, una ascesis que frene y modifique los instintos, una escucha perseverante de la Palabra de Dios y un vínculo humilde y fuerte con la comunidad de hermanos y hermanas. Ese es el único camino para edificar una comunidad de discípulos tal como el Señor la quiso desde los orígenes.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.