ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Madre del Señor
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Madre del Señor
Martes 7 de octubre


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Espíritu del Señor está sobre ti,
el que nacerá de ti será santo.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Lucas 10,38-42

Yendo ellos de camino, entró en un pueblo; y una mujer, llamada Marta, le recibió en su casa. Tenía ella una hermana llamada María, que, sentada a los pies del Señor, escuchaba su Palabra, mientras Marta estaba atareada en muchos quehaceres. Acercándose, pues, dijo: «Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje sola en el trabajo? Dile, pues, que me ayude.» Le respondió el Señor: «Marta, Marta, te preocupas y te agitas por muchas cosas; y hay necesidad de pocas, o mejor, de una sola. María ha elegido la parte buena, que no le será quitada.»

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

He aquí Señor, a tus siervos:
hágase en nosotros según tu Palabra.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El evangelista Lucas coloca inmediatamente después de la parábola del buen samaritano el episodio de Marta y María, como si quisiera unir íntimamente las dos actitudes fundamentales del cristiano: amar a los pobres (el buen samaritano) y escuchar la Palabra de Jesús (María). En la Iglesia no hay expertos en caridad por una parte y expertos en oración por otra. Cada cristiano está llamado a amar a los pobres y a rezar. No se puede separar la oración de la caridad. Por eso Jesús quiso estigmatizar la actitud del sacerdote y del sacristán: no se puede servir al altar sin servir también a los pobres. Son dos cultos inseparables. En la página de hoy el Evangelio hace fijar nuestra atención en la oración entendida ante todo como escuchar la Palabra de Dios. María a los pies de Jesús representa la imagen de todo discípulo. El cristiano, efectivamente, es ante todo aquel que escucha la palabra del Maestro y la guarda en su corazón. Sí, el cristiano es una persona de oración. El discípulo, en definitiva, debe parecerse más a María que a Marta. Esta última se deja atrapar por un activismo que la aleja de escuchar la Palabra y hace que su alma, no irrigada por la Palabra, se endurezca y llegue a pervertirse hasta el punto de tildar de insensible al mismo Jesús. El cristiano es siempre y sobre todo un discípulo del Señor. Esta es la definición más verdadera y profunda que se puede hacer de él. La forma de ser y de actuar del cristiano nace escuchando la Palabra de Dios. En la oración descubrimos que somos hijos, que podemos tratar de "tú" a Dios y confiar plenamente en él. Por eso se podría decir que la oración es la primera y la principal obra del cristiano. Lo es tanto la oración personal, que podemos hacer en cualquier parte, como la oración común. En la oración aprendemos a amar al Señor, a los hermanos y a los pobres. El amor, en realidad, no nace de nosotros, de nuestro carácter ni de nuestras dotes naturales. El amor es un regalo de las alturas; es el mismo Espíritu de Dios que se vierte en nuestro corazón mientras nos ponemos con humildad y disponibilidad ante el Padre que está en los cielos. Se podría concluir este pasaje evangélico con las palabras que Jesús dijo al doctor de la Ley en la parábola del buen samaritano: "Vete, y haz tú lo mismo". Sí, dejemos que María sea nuestro ejemplo y sabremos pararnos frente a los más pobres.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.