ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los santos y de los profetas
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Memoria de los santos y de los profetas

Recuerdo de María Salomé, madre de Santiago y de Juan, que siguió al Señor hasta los pies de la cruz y lo colocó en el sepulcro. Recuerdo de san Juan Pablo II. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Memoria de los santos y de los profetas
Miércoles 22 de octubre

Recuerdo de María Salomé, madre de Santiago y de Juan, que siguió al Señor hasta los pies de la cruz y lo colocó en el sepulcro. Recuerdo de san Juan Pablo II.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes son una estirpe elegida,
un sacerdocio real, nación santa,
pueblo adquirido por Dios
para proclamar sus maravillas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Lucas 12,39-48

Entendedlo bien: si el dueño de casa supiese a qué hora iba a venir el ladrón, no dejaría que le horadasen su casa. También vosotros estad preparados, porque en el momento que no penséis, vendrá el Hijo del hombre.» Dijo Pedro: «Señor, ¿dices esta parábola para nosotros o para todos?» Respondió el Señor: «¿Quién es, pues, el administrador fiel y prudente a quien el señor pondrá al frente de su servidumbre para darles a su tiempo su ración conveniente? Dichoso aquel siervo a quien su señor, al llegar, encuentre haciéndolo así. De verdad os digo que le pondrá al frente de toda su hacienda. Pero si aquel siervo se dice en su corazón: "Mi señor tarda en venir", y se pone a golpear a los criados y a las criadas, a comer y a beber y a emborracharse, vendrá el señor de aquel siervo el día que no espera y en el momento que no sabe, le separará y le señalará su suerte entre los infieles. «Aquel siervo que, conociendo la voluntad de su señor, no ha preparado nada ni ha obrado conforme a su voluntad, recibirá muchos azotes; el que no la conoce y hace cosas dignas de azotes, recibirá pocos; a quien se le dio mucho, se le reclamará mucho; y a quien se confió mucho, se le pedirá más.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes serán santos
porque yo soy santo, dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Jesús nos invita una vez más a vivir la vida como espera de un nuevo futuro: "Estad preparados", les dice a sus discípulos. Esta página evangélica deja entrever a un hombre distinto del rico al que la muerte sorprendió mientras pensaba en sus beneficios. El discípulo no gasta sus días para acumular bienes, vive su vida esperando al Señor y su reino. El Evangelio aclara esta perspectiva con la parábola del administrador al que se confía una casa cuando parte su señor. El administrador, pensando que el señor tardaría, se puso a golpear a los criados y a las criadas, a comer, a beber y a emborracharse. Es una escena que a primera vista parece exagerada. No obstante, en realidad describe una situación más bien frecuente. En el fondo, las numerosas injusticias y los miles de pequeñas maldades de cada día que hacen la vida más difícil para todos nacen de esta actitud difusa, es decir, de nacen cuando decidimos comportarnos de como pequeños señores malos con los demás, pensando con un comportamiento miope que nosotros nunca tendremos que rendir cuentas a nadie. El hombre piensa que puede permitírselo todo, como la violencia, los abusos, las guerras, porque el horizonte de la vida no va más allá de él mismo. Por eso el pasaje del Evangelio nos propone que estemos despiertos: “Dichoso aquel siervo a quien su señor, al llegar, encuentre haciéndolo así”. Está despierto aquel que espera a otro, aquel que considera que la vida no termina en los límites de sus intereses o en lo que puede o no puede hacer, en los límites establecidos por sus pensamientos, por su cuerpo, por lo que siente. En el mundo en el que vivimos estamos llamados a dar testimonio de que cada día se alimenta de esperanza y de que la vida de cada uno es un regalo, un talento del que se nos pedirán cuentas. Está escrito: "a quien se le dio mucho, se le reclamará mucho". A los cristianos se nos ha dado muchísimo: se nos ha dado la Iglesia como madre y maestra, aquella familia en la que cada día el Señor nos alimenta, nos hace vivir y nos comunica su Espíritu. Sí, "a quien se confió mucho, se le pedirá más". Muchos santos, pensando en la vigilancia, dijeron: “Tengo que vivir cada día como si fuera el último”. Si todos viviéramos cada día como si fuera el último, nuestra vida tendría un tono distinto, sería mucho más humana y hermosa, más plena y más rica, más verdadera, menos aburrida, menos desesperada. En definitiva, sería más vida.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.