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Oración del tiempo de Navidad
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Oración del tiempo de Navidad

Recuerdo del santo profeta David. Se le atribuyen algunos salmos. Desde hace siglos, los salmos alimentan la oración de los judíos y de los cristianos. Recuerdo de san Tomás Becket, defensor de la justicia y de la dignidad de la Iglesia. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Oración del tiempo de Navidad
Lunes 29 de diciembre

Recuerdo del santo profeta David. Se le atribuyen algunos salmos. Desde hace siglos, los salmos alimentan la oración de los judíos y de los cristianos. Recuerdo de san Tomás Becket, defensor de la justicia y de la dignidad de la Iglesia.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Gloria a Dios en las alturas, y paz en la tierra
a los hombres de buena voluntad.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Primera Juan 2,3-11

En esto sabemos que le conocemos:
en que guardamos sus mandamientos. Quien dice: «Yo le conozco»
y no guarda sus mandamientos
es un mentiroso
y la verdad no está en él. Pero quien guarda su Palabra,
ciertamente en él el amor de Dios
ha llegado a su plenitud.
En esto conocemos que estamos en él. Quien dice que permanece en él,
debe vivir como vivió él. Queridos,
no os escribo un mandamiento nuevo,
sino el mandamiento antiguo,
que tenéis desde el principio.
Este mandamiento antiguo
es la Palabra que habéis escuchado. Y sin embargo, os escribo un mandamiento nuevo
- lo cual es verdadero en él y en vosotros -
pues las tinieblas pasan
y la luz verdadera brilla ya. Quien dice que está en la luz
y aborrece a su hermano,
está aún en las tinieblas. Quien ama a su hermano permanece en la luz
y no tropieza. Pero quien aborrece a su hermano está en las tinieblas,
camina en las tinieblas,
no sabe a dónde va,
porque las tinieblas han cegado sus ojos.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Aleluya, aleluya, aleluya.
Aleluya, aleluya, aleluya.
Aleluya, aleluya, aleluya.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El deseo de conocer a Dios está enraizado en lo profundo del corazón de toda persona humana. Y es bueno que ese deseo nos inquiete. Es el primer paso para salir de nuestro egocentrismo. Juan quiere indicar un camino simple para conocer al Señor. Y escribe que nosotros podemos conocer a Dios no si hacemos esfuerzos especulativos de pensamiento sino si guardamos sus mandamientos. No hay otro camino para conocerlo, afirma Juan. Quien escucha y pone en práctica su Palabra permanece en Dios mismo, tanto que Juan puede afirmar que “en él el amor de Dios ha llegado a su plenitud”. No somos nosotros los perfectos, perfecto es el amor que se nos da y que obviamente requiere ser puesto en práctica, por tanto, comportarnos “como vivió él”. El apóstol introduce por tanto el tema del amor. Afirma que es un mandamiento nuevo pero que es también antiguo, es decir, que hemos recibido desde el principio. Evangelio y amor están estrechamente unidos desde el principio. Es un verdadero cambio que ha sucedido en la historia humana. Con Jesús se ha impreso una nueva perspectiva a la humanidad, una nueva visión se ha propuesto, con ella brilla “la luz verdadera” que disipa las tinieblas que envuelven el mundo. Es la luz del amor de Dios que lleva a amar también a los hermanos. Quien no acoge ni vive este amor “camina en las tinieblas, no sabe a dónde va, porque las tinieblas han cegado sus ojos”. El Evangelio del amor es la verdadera novedad que cambia el mundo. No hay alternativa al amor, salvo las tinieblas y la muerte.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.