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Memoria de Jesús crucificado
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Memoria de Jesús crucificado

Oración por la unidad de las Iglesias. Recuerdo especial de las comunidades cristianas en África. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Memoria de Jesús crucificado
Viernes 23 de enero

Oración por la unidad de las Iglesias. Recuerdo especial de las comunidades cristianas en África.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Hebreos 8,6-13

Mas ahora ha obtenido él un ministerio tanto mejor cuanto es Mediador de una mejor Alianza, como fundada en promesas mejores. Pues si aquella primera fuera irreprochable, no habría lugar para una segunda. Porque les dice en tono de reproche: He aquí que días vienen, dice el Señor,
y concertaré con la casa de Israel y con la casa de
Judá
una nueva Alianza,
no como la Alianza que hice con sus padres
el día en que los tomé de la mano para sacarlos de la
tierra de Egipto.
Como ellos no permanecieron fieles a mi Alianza,
también yo me desentendí de ellos, dice el Señor.
Esta es la Alianza que pactaré con la casa de Israel
después de aquellos días, dice el Señor:
Pondré mis leyes en su mente,
en sus corazones las grabaré;
y yo seré su Dios
y ellos serán mi pueblo.
Y no habrá de instruir cada cual a su conciudadano
ni cada uno a su hermano diciendo:
«¡Conoce al Señor!»,
pues todos me conocerán,
desde el menor hasta el mayor de ellos.
Porque me apiadaré de sus iniquidades
y de sus pecados no me acordaré ya.
Al decir nueva, declaró anticuada la primera; y lo anticuado y viejo está a punto de cesar.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Estamos dentro de una nueva alianza, de la que el Señor Jesús se ha hecho mediador. De la alianza se habla muchas veces en el Antiguo Testamento: Dios ofrece a los Patriarcas y a su pueblo Israel un pacto de amistad que lo hacía único entre todos los pueblos, como recita el libro del Éxodo: Ahora, pues, si de veras me obedecéis y guardáis mi alianza, seréis mi propiedad personal entre todos los pueblos … seréis para mí un reino de sacerdotes y una nación santa” (19,5-6). Esta promesa hecha a Israel y al pueblo judío no se ha anulado ni revocado, sino que se ha renovado definitivamente en Jesús, a través del cual la alianza se extiende a todos los pueblos. Es decir, todos pueden ya acceder a esta relación especial de Dios con la humanidad. Nadie queda ya excluido de la amistad de Dios. Juan Pablo II quiso hablar a los judíos, retomando a san Pablo, de “una alianza jamás revocada”. Sí, de manera quizá misteriosa para nosotros, entre Dios e Israel permanece una relación especial que no se ha abolido por la alianza establecida en Jesucristo con toda la humanidad. En este sentido debemos leer la referencia a la alianza nueva que se ha cumplido en la muerte y resurrección de Jesús. Esta se produce cada vez que se celebra la Eucaristía. El sacerdote pronuncia las mismas palabras de Jesús: “Este es el cáliz de la nueva y eterna alianza”. Es verdad lo que escribe la Carta a los Hebreos, pero hay que leerlo dentro del conjunto de la Biblia y del Magisterio de la Iglesia, que después del Concilio Vaticano II y con Juan Pablo II y Benedicto XVI ha releído de forma nueva la relación judeo-cristiana, sin reducir la fuerza y la novedad de la salvación actuada por la muerte y resurrección del Señor, pero comprendiéndola dentro del conjunto de la historia de salvación. También la Carta concluye: la alianza “está a punto de desaparecer”, no que haya desaparecido. Esta proximidad tenía para la primera comunidad cristiana un sentido temporal de gran cercanía por la inminencia del segundo y definitivo retorno de Cristo. En verdad, la espera evoca el cumplimiento definitivo, del que nadie conoce los tiempos ni los momentos. Acojamos, por tanto, la novedad del Señor Jesús como petición de renovación y de conversión, no como situación exclusiva en la que hemos sido ubicados.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.