ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los santos y de los profetas
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de los santos y de los profetas
Miércoles 28 de enero


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes son una estirpe elegida,
un sacerdocio real, nación santa,
pueblo adquirido por Dios
para proclamar sus maravillas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Hebreos 10,11-18

Y, ciertamente, todo sacerdote está en pie, día tras día, oficiando y ofreciendo reiteradamente los mismos sacrificios, que nunca pueden borrar pecados. El, por el contrario, habiendo ofrecido por los pecados un solo sacrificio, se sentó a la diestra de Dios para siempre, esperando desde entonces hasta que sus enemigos sean puestos por escabel de sus pies. En efecto, mediante una sola oblación ha llevado a la perfección para siempre a los santificados. También el Espíritu Santo nos da testimonio de ello. Porque, después de haber dicho: Esta es la Alianza que pactaré con ellos
después de aquellos días, dice el Señor:
Pondré mis leyes en sus corazones,
y en su mente las grabaré,
añade: Y de sus pecados e iniquidades no me acordaré ya. Ahora bien, donde hay remisión de estas cosas, ya no hay más oblación por el pecado.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes serán santos
porque yo soy santo, dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Señor Jesús Sumo Sacerdote ha ofrecido su vida por nosotros y por el mundo. Este es el único y definitivo sacrificio a Dios que ha cambiado el curso de la historia. La consecuencia de este acto es sobre todo la glorificación de Cristo, que se sentó a la diestra de Dios. En los Evangelios la ascensión al cielo indica la nueva realidad en la que el Señor entra definitivamente. Luego hay otras dos consecuencias que se refieren a la humanidad: una nueva alianza de Dios con la humanidad y el perdón de los pecados. La Carta cita la profecía de Jeremías en el capítulo 31: “Esta es la alianza que haré con ellos después de aquellos días, dice el Señor: Pondré mis leyes en sus corazones, y en su mente las grabaré”. Corazón y mente son las partes del cuerpo que según la Biblia gobiernan los pensamientos, los sentimientos y las acciones. Dios da a los hombres una ley que entra en su íntimo. No se trata tanto de códices de comportamiento sino del mismo Espíritu que si se acoge en el corazón y en la mente suscita una vida según Dios y su Palabra. Es una ley “espiritual”, es decir, mucho más fuerte que los preceptos de Moisés. El Espíritu toma posesión del corazón y de la mente y suscita un nuevo modo de sentir y de vivir. Es Dios quien actúa a través de su mismo Espíritu. Nosotros debemos acogerlo como don precioso. Luego está el perdón: “Y de sus pecados e iniquidades no me acordaré ya”. Desde la cruz, Jesús perdonó a sus verdugos y al ladrón arrepentido le prometió el paraíso. En su sangre la alianza ofrece el perdón: Dios reconstituye esa antigua relación de amor y de amistad con los hombres, ese pacto libre y ofrecido a Israel que en Él asume una nueva dimensión. Dios siempre perdona. Somos nosotros los que, creyéndonos buenos y justos, no reconocemos nuestro pecado y por tanto no pedimos perdón por él. Con Jesús ha llegado el tiempo en que ya no es necesario ofrecer sacrificios en el templo para obtener el perdón. En la Eucaristía Dios renueva la alianza con nosotros y a la vez nos ofrece cada vez el perdón. Es Jesús el eterno y único sacrificio que se renueva y ofrece a todos la posibilidad de perdón y de misericordia. No podemos dejar de dar gracias al Señor por esta oferta de amor que nos ha hecho entrar en una alianza eterna, en un pacto de amor del que Dios nunca renegará. Claro, nosotros podemos interrumpirlo y, cuando nos encerramos en nosotros mismos, muchas veces lo rompemos. Pero la Palabra de Dios nos recuerda el don del Espíritu y la promesa del perdón.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.