ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Iglesia
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Iglesia
Jueves 12 de febrero


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Yo soy el buen pastor,
mis ovejas escuchan mi voz
y devendrán
un solo rebaño y un solo redil.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Génesis 2,18-25

Dijo luego Yahveh Dios: "No es bueno que el hombre esté solo. Voy a hacerle una ayuda adecuada." Y Yahveh Dios formó del suelo todos los animales del campo y todas las aves del cielo y los llevó ante el hombre para ver cómo los llamaba, y para que cada ser viviente tuviese el nombre que el hombre le diera. El hombre puso nombres a todos los ganados, a las aves del cielo y a todos los animales del campo, mas para el hombre no encontró una ayuda adecuada. Entonces Yahveh Dios hizo caer un profundo sueño sobre el hombre, el cual se durmió. Y le quitó una de las costillas, rellenando el vacío con carne. De la costilla que Yahveh Dios había tomado del hombre formó una mujer y la llevó ante el hombre. Entonces éste exclamó: "Esta vez sí que es hueso de mis huesos
y carne de mi carne.
Esta será llamada mujer,
porque del varón ha sido tomada." Por eso deja el hombre a su padre y a su madre y se une a su mujer, y se hacen una sola carne. Estaban ambos desnudos, el hombre y su mujer, pero no se avergonzaban uno del otro.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Les doy un mandamiento nuevo:
que se amen los unos a los otros.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Dios no debe amar la soledad, hasta el punto que se preocupa de hacer al hombre “una ayuda adecuada”. En efecto, “No es bueno que el hombre esté solo”. Esta afirmación de Dios puesta al comienzo de la vida humana encierra un gran secreto de sabiduría y de vida, que no se refiere solo al hombre, a la mujer y a su unión, sino a la humanidad entera. Nadie está hecho para la soledad, para vivir solo. La soledad es siempre amarga, no hace bien a nadie. Podríamos decir que ni siquiera Dios ama la soledad, ya que de hecho son tres Personas. Este misterio está en el corazón de la fe cristiana: Dios es Padre, Hijo y Espíritu Santo. La comunión de vida entre las tres Personas divinas es el corazón del misterio de su vida íntima, si así lo podemos balbucear, y la razón de su vida de amor por los hombres. Dios, en definitiva, es una Familia plena que no permanece encerrada en sí misma, sino que apenas descubre al hombre necesitado de ayuda se abre: el Padre envía al Hijo y después dona el Espíritu Santo a los hombres. La comunión está en el origen y en el final de todo. Por ello no está bien que esté solo: el hombre –señala el autor bíblico- pasa revista a todos los animales, a los que pone nombre, pero no encuentra entre ellos ninguno que pueda llenar su vacío de amor, que “le corresponda”. El modo en el que la narración presenta la creación de la mujer quiere manifestar la unidad y la complementariedad original entre hombre y mujer, subrayada mucho mejor por las palabras del hombre: “Esta vez sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne”. Estas palabras indican la pertenencia a una única realidad, ya sea familia o pueblo. Las pronuncian de forma similar, por ejemplo, los habitantes del reino del norte cuando acuden a David en Hebrón pidiéndole que sea también su rey: “Mira: hueso tuyo y carne tuya somos nosotros” (2 S 5, 1). Se indica una pertenencia recíproca, una comunión, una alianza que implica un compromiso. El pasaje, de forma justa, sitúa aquí el origen de la familia, la primera respuesta a la soledad y al individualismo, la primera célula de la sociedad, de la que depende todo: “Por eso deja el hombre a su padre y a su madre y se une a su mujer, y se hacen una sola carne”. Más allá del lenguaje narrativo de la Biblia, el mensaje de este texto indica que la familia implica una profunda y originaria unidad del hombre y la mujer, que los hombres no pueden anular.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.