ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Madre del Señor
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Madre del Señor
Martes 10 de marzo


Lectura de la Palabra de Dios

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

El Espíritu del Señor está sobre ti,
el que nacerá de ti será santo.

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Dal libro del profeta Daniele 3,25.34-43

Azaria si alzò e fece questa preghiera in mezzo al fuoco e aprendo la bocca disse:

Non ci abbandonare fino in fondo,
per amore del tuo nome,
non infrangere la tua alleanza;
non ritirare da noi la tua misericordia,
per amore di Abramo, tuo amico,
di Isacco, tuo servo, di Israele, tuo santo,
ai quali hai parlato, promettendo di moltiplicare
la loro stirpe come le stelle del cielo,
come la sabbia sulla spiaggia del mare.
Ora invece, Signore,
noi siamo diventati più piccoli
di qualunque altra nazione,
oggi siamo umiliati per tutta la terra
a causa dei nostri peccati.
Ora non abbiamo più né principe
né profeta né capo né olocausto
né sacrificio né oblazione né incenso
né luogo per presentarti le primizie
e trovare misericordia.
Potessimo essere accolti con il cuore contrito
e con lo spirito umiliato,
come olocausti di montoni e di tori,
come migliaia di grassi agnelli.
Tale sia oggi il nostro sacrificio davanti a te e ti sia gradito,
perché non c'è delusione per coloro che confidano in te.
Ora ti seguiamo con tutto il cuore,
ti temiamo e cerchiamo il tuo volto,
non coprirci di vergogna.
Fa' con noi secondo la tua clemenza,
secondo la tua grande misericordia.
Salvaci con i tuoi prodigi,
da' gloria al tuo nome, Signore.

 

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

He aquí Señor, a tus siervos:
hágase en nosotros según tu Palabra.

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

El pasaje que hemos escuchado refiere la oración de Azarías mientras estaba “en medio del fuego” (v. 25), que pide al Señor que intervenga por su misericordia. Reconoce las consecuencias trágicas de que Israel haya abandonado a Dios: “Somos el más insignificante de todos los pueblos y hoy nos sentimos humillados en toda la tierra, a causa de nuestros pecados. En este momento no tenemos príncipes, ni profetas, ni jefes; ni holocaustos, ni sacrificios, ni ofrendas, ni incienso, ni un lugar donde ofrecerte las primicias” (vv. 37-38). Podríamos decir que es lo que les ocurre a los creyentes cuando abandonan a Dios; cuando cesa la profecía y se apagan las visiones; cuando se vuelven mundanos; cuando se sigue la lógica del beneficio, del interés individual. En verdad sucede que cada uno se sigue solamente a sí mismo y se desmorona la solidaridad. Es precisamente en este trágico momento de la historia del pueblo que llega la oración del justo, la oración del pequeño resto que reza por todos, por el pueblo entero. En esa oración es derrotado el egocentrismo, incluso el religioso. Azarías no reza por sí mismo sino por el pueblo. Es el sentido de la oración por la paz, por la curación, por la salvación de todos. Y el creyente sabe que no reza en el vacío, que sus palabras no se pierden en un cielo yermo. Su oración es escuchada por un Dios que es fiel. Azarías se sabe escuchado, y de hecho no confía tanto en sus palabras como en la propia fidelidad de Dios: “¡No nos abandones para siempre, por el honor de tu nombre, no rompas tu alianza, no nos niegues tu misericordia” (v. 34). Es una oración que nace en el interior del fuego: es el fuego del amor que arde en el corazón de Azarías y que osa enviar al cielo su oración como un holocausto: “Que éste sea hoy nuestro sacrificio ante ti y volvamos a serte fieles” (v. 40). Azarías se nos presenta como ejemplo del creyente que no deja de invocar al Señor por los hermanos, las hermanas, por todo el pueblo de Dios y por todos los pueblos.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.