ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Madre del Señor
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Madre del Señor
Martes 14 de abril


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Espíritu del Señor está sobre ti,
el que nacerá de ti será santo.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Juan 3,7-15

No te asombres de que te haya dicho:
Tenéis que nacer de lo alto. El viento sopla donde quiere,
y oyes su voz,
pero no sabes de dónde viene ni a dónde va.
Así es todo el que nace del Espíritu.» Respondió Nicodemo: «¿Cómo puede ser eso?» Jesús le respondió: «Tú eres maestro en Israel y ¿no sabes estas cosas? «En verdad, en verdad te digo: nosotros hablamos de lo que sabemos
y damos testimonio de lo que hemos visto,
pero vosotros no aceptáis nuestro testimonio. Si al deciros cosas de la tierra,
no creéis,
¿cómo vais a creer
si os digo cosas del cielo? Nadie ha subido al cielo
sino el que bajó del cielo,
el Hijo del hombre. Y como Moisés levantó la serpiente en el desierto,
así tiene que ser levantado el Hijo del hombre, para que todo el que crea
tenga por él vida eterna.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

He aquí Señor, a tus siervos:
hágase en nosotros según tu Palabra.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Señor continúa su diálogo con Nicodemo. La Liturgia nos vuelve a proponer, al comienzo de este pasaje, los dos versículos que escuchamos ya ayer. Es como si se quisiera subrayar la centralidad para la vida del discípulo de nacer de nuevo por obra del Espíritu; y su acción es fuerte, como la acción del viento, pero también misteriosa, como misteriosa es la acción del viento: no sabes de dónde viene ni a dónde va. La palabra griega “pneuma” señala que la palabra es el viento que el Espíritu de Dios inspira en los profetas. Este doble sentido permite al evangelista subrayar que la acción del Espíritu es “voz”, es decir, palabra, anuncio y a la vez “viento”, o sea, fuerza, movimiento. Tocamos en este horizonte el corazón del Evangelio según Juan, es decir, la acción misteriosa del Espíritu que lleva a creer en Jesús y por tanto en la salvación. Es una distinción decisiva para cada uno de nosotros que instintivamente es llevado a creer solo en sí mismo, a fiarse solo en sus propias convicciones, a seguir solo lo que le satisface. Nicodemo está atento a las palabras de aquel joven maestro y, sorprendido, le presenta todo su escepticismo, incluso su incredulidad: “¿Cómo puede ser eso?”. Jesús responde al principio con ironía: “Tú eres maestro en Israel y ¿no sabes estas cosas?” No es una ironía de quien se pone más alto y mira con desprecio a quien está abajo, sino que es una forma pedagógica de Jesús para ayudarle a quitar ese orgullo resignado que ofusca los ojos de adulto y de sabio de Nicodemo y no le permite ver con claridad la novedad de Dios. También nosotros sabemos bien cuánto la resignación marca nuestra presunta sabiduría, pues no logramos creer en el Evangelio que nos pide que miremos más allá de nuestros horizontes habituales, considerados inmodificables, a pesar de las desilusiones o los fracasos que jalonan nuestra vida. Para Jesús no es así, su sabiduría es mucho más amplia que la nuestra porque es la misma de Dios que sabe mirar a la humanidad entera con un amor sin límites. Debemos frecuentar las páginas evangélicas para tener los mismos ojos de Dios. El Evangelio nos abrirá los ojos sobre nosotros mismos, sobre los demás y sobre el mundo, porque trae la mirada y las palabras de Jesús. Dice a Nicodemo: “Nadie ha subido al cielo sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre”. Le revela así quién es el que tiene delante y por qué le habla de aquella manera: es el único que ha visto al Padre”. La adhesión a él es adhesión al Padre que está en los cielos; y en este punto Jesús responde a la pregunta de Nicodemo sobre cómo puede volverse a nacer a una nueva vida. Renacer en el Espíritu sucede a través de la cruz, a través de aquel amor sin límites que lleva a Jesús a ofrecer su propia vida para salvar a los demás y al Padre a resucitarle de la muerte; y dice a Nicodemo: “Tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que crea tenga en él la vida eterna”. La cruz, con su carga de amor vivida con una constancia más fuerte que la muerte, es el fundamento concreto sobre el que Jesús nos propone volver a nacer. Acercándonos a él bajo la cruz comprenderemos la grandeza de aquel amor que le ha hecho abrazar la muerte para salvarnos del mal y concedernos una vida que no termina.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.