ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de Jesús crucificado
Palabra de dios todos los dias

Memoria de Jesús crucificado

Recuerdo de María virgen, venerada como Nuestra Señora de Luján en Argentina. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Memoria de Jesús crucificado
Viernes 8 de mayo

Recuerdo de María virgen, venerada como Nuestra Señora de Luján en Argentina.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Juan 15,12-17

Este es el mandamiento mío:
que os améis los unos a los otros
como yo os he amado. Nadie tiene mayor amor
que el que da su vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos,
si hacéis lo que yo os mando. No os llamo ya siervos,
porque el siervo no sabe lo que hace su amo;
a vosotros os he llamado amigos,
porque todo lo que he oído a mi Padre
os lo he dado a conocer. No me habéis elegido vosotros a mí,
sino que yo os he elegido a vosotros,
y os he destinado
para que vayáis y deis fruto,
y que vuestro fruto permanezca;
de modo que todo lo que pidáis al Padre en mi nombre
os lo conceda. Lo que os mando es
que os améis los unos a los otros.»

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Jesús, que ya ha hablado con los discípulos del mandamiento nuevo, ahora, en la solemnidad de un discurso de despedida, lo retoma: “Este es el mandamiento mío: que os améis los unos a los otros como yo os he amado”. No dice simplemente “que os améis los unos a los otros”, añade la medida que este amor recíproco debe tener: “como yo os he amado”. Por lo demás, ya en la alegoría de la vid se podía deducir la cualidad del amor evangélico: la savia que la vid introduce en el sarmiento es precisamente el amor mismo de Jesús. Por tanto, el amor de los discípulos no es un amor cualquiera, no nace de ellos mismos, de sus tradiciones, de su propio carácter, de su educación. El amor evangélico es un don que se recibe de Jesús mismo. Es el ágape, es decir, el amor de Dios que se derrama en nuestros corazones. Se trata de un amor totalmente gratuito que se olvida de sí mismo y que llega incluso a dar la propia vida por los demás. Así ha amado Jesús. El amor cristiano transforma la relación entre el Maestro y el discípulo, entre el Creador y la criatura: se elimina la distancia jerárquica que también hay, pero que es superada por una nueva relación, la del amor gratuito de Dios. Jesús explica esta nueva relación que se ha instaurado entre él y los discípulos diciendo: “No os llamo ya siervos… a vosotros os he llamado amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer”. Podríamos decir, por tanto, que la esencia del vínculo entre Jesús y los discípulos es la amistad. Ya Abrahán fue llamado por Dios “amigo” y no siervo, porque Dios no le escondió nada. Tampoco Jesús tiene siervos, sino solo amigos. La palabra “amigo” no es una expresión desgastada para Jesús, sino una palabra comprometedora para su misma vida. Él siente amistad por todos, incluso por Judas, que está a punto de traicionarle; y si se quiere encontrar una preferencia en esta amistad divina, es la que Dios tiene en relación con los más débiles, los pobres, los pecadores y los excluidos. Es una preferencia que deberíamos vivir todos y que en la Iglesia debería aparecer con mayor claridad. El amor preferencial por los pobres es el signo que distingue la cualidad divina del amor; es la profecía de la que los cristianos están llamados a dar testimonio en el comienzo de este nuevo siglo; es el fundamento sólido de una amistad que puede cambiar el mundo. Ningún hombre, ninguna mujer son enemigos para Jesús, y por tanto para los cristianos. No hay rastro de la cultura del enemigo en los Evangelios, al contrario, hay un testimonio increíble de amistad. Sus discípulos saben que este es el tesoro que deben vivir y comunicar de generación en generación.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.