ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los santos y de los profetas
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de los santos y de los profetas
Miércoles 13 de mayo


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes son una estirpe elegida,
un sacerdocio real, nación santa,
pueblo adquirido por Dios
para proclamar sus maravillas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Juan 16,12-15

Mucho tengo todavía que deciros,
pero ahora no podéis con ello. Cuando venga él,
el Espíritu de la verdad,
os guiará hasta la verdad completa;
pues no hablará por su cuenta,
sino que hablará lo que oiga,
y os anunciará lo que ha de venir. El me dará gloria,
porque recibirá de lo mío
y os lo anunciará a vosotros. Todo lo que tiene el Padre es mío.
Por eso he dicho:
Recibirá de lo mío
y os lo anunciará a vosotros.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes serán santos
porque yo soy santo, dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Jesús parece que no quiere dejar de conversar con sus discípulos, pero la cena está ya terminando y les dice: “Mucho tengo todavía que deciros, pero ahora no podéis con ello”. No hay reproche en estas palabras. Por lo demás, él personalmente les había elegido y conocía bien sus limitaciones, y no las oculta. Sin embargo, considera que los discípulos siguen siendo incapaces de llevar toda la carga del Evangelio. Por supuesto, el Evangelio no requiere sabios, ni Jesús va en busca de poderosos y fuertes a quienes confiar su misión, más bien parece hacer lo contrario. En efecto, su palabra no es una doctrina alta ni una ideología compleja que solo pocos son capaces de comprender y profundizar. De su enseñanza brota una energía simple y fuerte que llena el corazón y transforma la vida, y todos pueden acogerla y vivirla. Es la energía del amor. A los discípulos se les pide solo que la dejen actuar, que no la repriman ni le pongan obstáculos. Jesús dice que el Espíritu Santo os “guiará hasta la verdad completa”; y nos hará descubrir los límites y las banalidades de aquellas perspectivas en las que a menudo nos encerramos. El Espíritu nos libera de nuestras mezquindades y nos introduce en un circuito de amor que nos hace abrazar a muchos hermanos y hermanas, que nos hace detenernos junto a los pobres que encontramos, que nos hace encontrar palabras que tocan el corazón de los que buscan amistad y comprensión, y que nos ayuda a vencer la lógica que nos impulsa a distinguirnos y prevalecer. Dejémonos guiar por el Espíritu y descubriremos las cosas futuras, soñaremos con un mañana diferente. El Espíritu, que es fuente de vida y de inspiración, nos ayuda a ser artífices con Él de ese futuro común a todos los pueblos y por tanto también a nosotros. En este sentido, hay un crecimiento en la comprensión del Evangelio. El Padre Alexander Men, sacerdote ortodoxo asesinado en Moscú a principios de los años noventa del pasado siglo, decía que aún estamos solo en el comienzo de la comprensión del Evangelio, que todavía debemos comprender muchas palabras en toda su profundidad. San Juan XXIII, años antes, poco antes de su muerte decía: “No es el Evangelio el que cambia, somos nosotros quienes lo comprendemos mejor”. Esta es la obra del Espíritu Santo, aún hoy y en el curso de las generaciones.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.