ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los santos y de los profetas
Palabra de dios todos los dias

Memoria de los santos y de los profetas

Recuerdo de san Agustín de Canterbury (+605 ca.) obispo, padre de la Iglesia inglesa. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Memoria de los santos y de los profetas
Miércoles 27 de mayo

Recuerdo de san Agustín de Canterbury (+605 ca.) obispo, padre de la Iglesia inglesa.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes son una estirpe elegida,
un sacerdocio real, nación santa,
pueblo adquirido por Dios
para proclamar sus maravillas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Sirácida 36,1-2.5-6.13-19

Ten piedad de nosotros, Dios, dueño de todas las cosas, mira
y siembra tu temor sobre todas las naciones. Alza tu mano contra las naciones extranjeras,
para que reconozcan tu señorío. Renueva las señales, repite tus maravillas,
glorifica tu mano y tu brazo derecho. Despierta tu furor y derrama tu ira,
extermina al adversario, aniquila al enemigo. Llena a Sión de tu alabanza,
y de tu gloria tu santuario. Da testimonio a tus primeras criaturas,
mantén las profecías dichas en tu nombre. Da su recompensa a los que te aguardan,
y que tus profetas queden acreditados. Escucha, Señor, la súplica de tus siervos,
según la bendición de Aarón sobre tu pueblo. Y todos los de la tierra reconozcan
que tú eres el Señor, el Dios eterno. Todo alimento traga el vientre,
pero unos alimentos son mejores que otros. El paladar distingue por el gusto la carne de caza,
así el corazón inteligente las palabras mentirosas.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes serán santos
porque yo soy santo, dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El pueblo de Israel está oprimido por los seléucidas. Esta tristeza hace de fondo de esta oración. El pueblo de Israel debe volver a la libertad, pero no es posible sin la intervención misma de Dios. Toda esclavitud es la consecuencia del alejamiento del pueblo del Señor y de su Ley para confiar solo en sus propias fuerzas. Israel ha pensado que puede curar sus heridas con la “medicina” de los triunfos militares y políticos, creyendo que fuera suficiente su potencia terrena y su fuerza militar para imponerse a los demás pueblos y encontrar así su lugar en la historia. A menudo, el pueblo de Israel prueba el camino de la asimilación con los otros pueblos, tratando de adaptar su vida a las creencias y a los comportamientos de los otros pueblos, pero este no es el camino para vivir la fidelidad al Señor. El camino del creyente es el que brota de la justicia, el que no omite el bien y se acuerda de los pobres y de los oprimidos. Este es el sentido de la triste oración del Eclesiástico que pide a Dios que su pueblo renazca. Con frecuencia en las Escrituras se emplea el lenguaje de un Dios que muestra el poder de su mano infundiendo temor sobre las naciones vecinas de Israel y posteriormente también destruyéndolas. Pero la luz de la enseñanza de Jesús, que ilumina asimismo las páginas del Antiguo Testamento, no justifica la destrucción del otro. El único propósito es el rechazo del modo de actuar de las naciones que no creen en Dios. Las naciones no temen ni respetan al Dios de Israel porque piensan que sus dioses son más fuertes y pueden derrotar a Israel. Por esto usan la fuerza para doblegar la justicia y escogen la violencia para aplastar a los pobres; pero he aquí esta oración que invoca a Dios para que tenga piedad de su pueblo y le haga testimonio eficaz de su obra. El pueblo de Israel renace al acercarse a Dios. De hecho, encontrará a un Padre que se ocupa de su pueblo para hacerle partícipe de su diseño de amor sobre el mundo y sobre los pueblos. El pueblo que el Señor quiere es un pueblo de hijos enviados a reunir a todos los demás pueblos de la tierra para que redescubran al único Dios y Padre. Es aquella visión universal que en las páginas del Nuevo Testamento aparecerá en toda su claridad.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.