ORACIÓN CADA DÍA

Oración por los enfermos
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Oración por los enfermos
Lunes 1 de junio


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Tobías 1,3; 2,1-9

Yo, Tobit, he andado por caminos de verdad y en justicia todos los días de mi vida y he repartido muchas limosmas entre mis hermanos y compatriotas, deportados conmigo a Nínive, al país de los asirios. En el reinado de Asarjaddón pude regresar a mi casa y me fue devuelta mi mujer Ana y mi hijo Tobías. En nuestra solemnidad de Pentecostés, que es la santa solemnidad de las Semanas, me habían preparado una excelente comida y me dispuse a comer. Cuando me presentaron la mesa, con numerosos manjares, dije a mi hijo Tobías: «Hijo, ve a buscar entre nuestros hermanos deportados en Nínive a algún indigente que se acuerde del Señor y tráelo para que coma con nosotros. Te esperaré hasta que vuelvas, hijo mío.» Fuese, pues, Tobías a buscar a alguno de nuestros hermanos pobres, y cuando regresó me dijo: «Padre.» Le respondí: «¿Qué hay, hijo?» Contestó: «Padre, han asesinado a uno de los nuestros; le han estrangulado y le han arrojado en la plaza del mercado y aún está allí.» Me levanté al punto y sin probar la comida, alcé el cadáver de la plaza y lo dejé en una habitación, en espera de que se pusiera el sol, para enterrarlo. Volví a entrar, me lavé y comí con aflicción acordándome de las palabras que el profeta Amós dijo contra Betel: Vuestras solemnidades se convertirán en duelo
y todas vuestras canciones en lamento.
Y lloré. Cuando el sol se puso, cavé una fosa y sepulté el cadáver. Mis vecinos se burlaban y decían: «Todavía no ha aprendido. (Pues, en efecto, ya habían querido matarme por un hecho semejante.) Apenas si pudo escapar y ya vuelve a sepultar a los muertos.» Aquella misma noche, después de bañarme, salí al patio y me recosté contra la tapia, con el rostro cubierto a causa del calor.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este pasaje nos sitúa en un tiempo precedente al de la narración anterior. El narrador quiere mostrar a Tobit como otro Job: a las desgracias que ya ha debido pasar se le suman otras aún peores. En la fiesta de Pentecostés, día en el que los israelitas recuerdan el don de la Ley, Tobit le pide a su hijo Tobías que invite a algunos pobres para la comida de fiesta, como indicaba la ley de Moisés (Dt 16,11). El hijo sale y vuelve diciéndole que se ha producido otra ejecución, y que el cadáver de un judío estrangulado yace en plena calle. Tobit, sin demorarse, se levanta de la mesa, deja el banquete, va al lugar donde yacía aquel judío y lo entierra. Una vez terminada la sepultura no puede volver a entrar en su casa porque primero debe observar todas las normas para la purificación que prescribe la Ley (Nm 19,14-16). Pero aquel gesto de amor será la causa de la desgracia de Tobit. Y para interpretar lo que le está pasando, cita también un pasaje del profeta Amós contra Betel que describe su situación: "Cambiaré en llanto vuestras fiestas, y todos vuestros cantos en lamento" (Am 8,10). Amós pone directamente en boca de Dios estas palabras. Pero Tobit sabe que Dios no envía el mal, y en eso es como Jacob. Evidentemente eso no le impide sentir la amargura de saber que aun habiendo ayudado a los pobres sigue sumido en la desgracia. Sus vecinos, en lugar de ayudarlo, se ríen de él por su actitud demasiado caritativa. Es una reacción (v. 8) emblemática: Tobit, afirman, tiene que espabilarse, es decir, tiene que mirar más por sí mismo en lugar de perder el tiempo enterrando a los muertos. Se trata de una actitud cínica y egocéntrica que por desgracia es muy común y que lleva a burlarse de quien actúa con misericordia.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.