ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los pobres
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de los pobres
Lunes 8 de junio


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Segunda Corintios 1,1-7

Pablo, apóstol de Jesucristo por la voluntad de Dios, y Timoteo, el hermano, a la Iglesia de Dios que está en Corinto, con todos los santos que están en toda Acaya; a vosotros gracia y paz de parte de Dios, Padre nuestro, y del Señor Jesucristo. ¡Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de los misericordias y Dios de toda consolación, que nos consuela en toda tribulación nuestra para poder nosotros consolar a los que están en toda tribulación, mediante el consuelo con que nosotros somos consolados por Dios! Pues, así como abundan en nosotros los sufrimientos de Cristo, igualmente abunda también por Cristo nuestra consolación. Si somos atribulados, lo somos para consuelo y salvación vuestra; si somos consolados, lo somos para el consuelo vuestro, que os hace soportar con paciencia los mismos sufrimientos que también nosotros soportamos. Es firme nuestra esperanza respecto de vosotros; pues sabemos que, como sois solidarios con nosotros en los sufrimientos, así lo seréis también en la consolación.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Pablo vuelve a escribir a la “iglesia de Dios que está en Corinto” y a todos los “santos”, los cristianos que viven en Acaya, es decir, en la actual parte central de Grecia. El apóstol no duda en llamar “santos” a los cristianos y a toda la Iglesia. Sabe perfectamente que todos son pecadores, pero la santidad de la Iglesia viene de las alturas, de Dios. El Señor es el que llama y reúne a los pecadores para protegerles del pecado y de la muerte. Por eso sus primeras palabras son un himno de acción de gracias y de alabanza por lo que Dios ha hecho tanto en la vida de la Iglesia como en su vida. Pablo da gracias al Dios de la consolación. Le da gracias también porque puede derramar la consolación con la que es consolado también sobre la comunidad de Corinto. Pablo no esconde las penalidades que sufre a causa del Evangelio. Habla incluso de un peligro mortal. No se comprende a qué se refiere, pero sin duda podía pensar que había llegado su fin. No obstante, el apóstol confiesa su firme fe en el Señor al que se siente asimilado en la tribulación y bendice a Dios Padre que no deja de darle aliento y consolación en los momentos de dolor. El apóstol confía a los corintios que precisamente en las tribulaciones más duras ha aprendido a no depositar la confianza en él mismo sino en la fuerza de un Dios que resucita a los muertos. La firmeza de la fe no se basa en nuestra fuerza o en nuestras capacidades, sino solo en la certidumbre del amor de Dios por nosotros y en la convicción de que su obra de liberación es incesante. Pero Pablo pide a los corintios que tomen parte tanto en sus sufrimientos como en su consolación. Ese es el sentido de la fraternidad cristiana, que nos impulsa a llevar los pesos los unos de los otros y a alegrarnos con las alegrías ajenas. Y que pide ayuda en la oración: "siempre que colaboréis rezando por nosotros, para que la gracia obtenida por intervención de muchos sea por muchos agradecida en nuestro nombre" (v. 11). La oración recíproca, que es siempre agradecimiento al Señor, es una de las manifestaciones más hermosas y más fuertes del amor.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.