ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Madre del Señor
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Madre del Señor
Martes 4 de agosto


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Espíritu del Señor está sobre ti,
el que nacerá de ti será santo.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Números 12,1-13

María y Aarón murmuraron contra Moisés por causa de la mujer kusita que había tomado por esposa: por haberse casado con una kusita. Decían: "¿Es que Yahveh no ha hablado más que con Moisés? ¿No ha hablado también con nosotros?" Y Yahveh lo oyó. Moisés era un hombre muy humilde, más que hombre alguno sobre la haz de la tierra. De improviso, Yahveh dijo a Moisés, a Aarón y a María: "Salid los tres a la Tienda del Encuentro." Y salieron los tres. Bajó Yahveh en la columna de Nube y se quedó a la puerta de la Tienda. Llamó a Aarón y a María y se adelantaron los dos. Dijo Yahveh: "Escuchad mis palabras: Si hay entre vosotros un profeta,
en visión me revelo a él,
y hablo con él en sueños. No así con mi siervo Moisés:
él es de toda confianza en mi casa; boca a boca hablo con él,
abiertamente y no enigmas,
y contempla la imagen de Yahveh.
¿Por qué, pues, habéis osado hablar contra mi siervo
Moisés?" Y se encendió la ira de Yahveh contra ellos. Cuando se marchó, y la Nube se retiró de encima de la Tienda, he aquí que María estaba leprosa, blanca como la nieve. Aarón se volvió hacia María y vio que estaba leprosa. Y dijo Aarón a Moisés: "Perdón, Señor mío, no cargues sobre nosotros el pecado que neciamente hemos cometido. Por favor, que no sea ella como quien nace muerto del seno de su madre, con la carne medio consumida." Moisés clamó a Yahveh diciendo: "Oh Dios, cúrala, por favor."

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

He aquí Señor, a tus siervos:
hágase en nosotros según tu Palabra.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Aarón critica a Moisés. El motivo parece ser la mujer etíope, es decir, extranjera, con la que se había casado. El pueblo de Israel tenía la tentación de juzgarlo todo a partir de su experiencia, de creer que era cierto solo lo que comprende directamente, reduciéndolo todo a su visión y a su tradición. Dios siempre es más grande que nuestro corazón. El Señor no acepta la murmuración, las divisiones, sean pequeñas o grandes. Quiere llevarnos a todos a una vida hermosa y plena, libre de irritaciones, reservas y frialdades que marcarán la convivencia e impiden el diálogo. Las murmuraciones debilitan al pueblo, siempre, y hacen que crezca la división, siembran sospecha, alejan al hermano y exponen a todos a la fuerza del mal. Moisés era mucho más humilde que cualquier hombre de la tierra. Es un humilde, dice el libro de los Números, y esa es su fuerza. No contesta él sino que deja que sea Dios el que intervenga para defenderlo. Es un hombre valiente pero sigue siendo humilde porque sabe que todo es fruto del amor de Dios. Cuando no somos humildes nuestro yo nos hace creer que somos fuertes cuando estamos solos, respondemos al mal con el mal, y de ese modo hacemos aumentar las semillas de división. Moisés, el más grande, el que lleva al pueblo entero de la esclavitud a la libertad de la tierra prometida, a pesar de todo es el humilde. Cuanto menos escuchamos a Dios más crece nuestro orgullo. Dios les dice a los tres que vayan a la tienda del encuentro y reprende a Aarón y a María porque no han temido en hablar contra su siervo. La ira de Dios es su sentimiento fuerte, como la indignación de Jesús en el templo ocupado por los mercaderes; no es un castigo, sino la manifestación de su gran pasión. Comprenderla nos ayuda a valorar las consecuencias de nuestros gestos, el dolor que provoca en el corazón de Dios. Cuando queremos hacernos los listos y lo perdemos, cuando él se va, el corazón enferma, como le pasa a María, perdemos la vida. Finalmente Aarón se da cuenta de las consecuencias del pecado y pide la curación. El mismo Moisés intercede por María y Aarón. Es realmente humilde. Lo pone todo en las manos de Dios y no se erige en juez de su hermano. Oración con María, madre del Señor

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.