ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de Jesús crucificado
Palabra de dios todos los dias

Memoria de Jesús crucificado

Recuerdo de san Maximiliano Kolbe, sacerdote mártir del amor, que en el campo de concentración de Auschwitz aceptó morir para salvar la vida de otro hombre. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Memoria de Jesús crucificado
Viernes 14 de agosto

Recuerdo de san Maximiliano Kolbe, sacerdote mártir del amor, que en el campo de concentración de Auschwitz aceptó morir para salvar la vida de otro hombre.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Josué 24,1-13

Josué reunió a todas las tribus de Israel en Siquem, llamó a los ancianos de Israel, a sus jefes, jueces y escribas que se situaron en presencia de Dios. Josué dijo a todo el pueblo: "Esto dice Yahveh el Dios de Israel: Al otro lado del Río habitaban antaño vuestros padres, Téraj, padre de Abraham y de Najor, y servían a otros dioses. Yo tomé a vuestro padre Abraham del otro lado del Río y le hice recorrer toda la tierra de Canaán, multipliqué su descendencia y le di por hijo a Isaac. A Isaac le di por hijos a Jacob y Esaú. A Esaú le di en propiedad la montaña de Seír. Jacob y sus hijos bajaron a Egipto. Envié después a Moisés y Aarón y herí a Egipto con los prodigios que obré en medio de él. Luego os saqué de allí. Saqué a vuestros padres de Egipto y llegasteis al mar; los egipcios persiguieron a vuestros padres con los carros y sus guerreros hasta el mar de Suf. Clamaron entonces a Yahveh, el cual tendió unas densas nieblas entre vosotros y los egipcios, e hizo volver sobre ellos el mar, que los cubrió. Visteis con vuestros propios ojos lo que hice con Egipto; luego habitasteis largo tiempo en el desierto. Os introduje después en la tierra de los amorreos, que habitaban al otro lado del Jordán; ellos os declararon la guerra y yo los entregué en vuestras manos; y así pudisteis poseer su tierra, porque yo los exterminé delante de vosotros. Después se levantó Balaq, hijo de Sippor, rey de Moab, para pelear contra Israel, y mandó llamar a Balaam, hijo de Beor, para que os maldijera. Pero no quise escuchar a Balaam, y hasta tuvo que bendeciros; así os salvé yo de su mano. Pasasteis el Jordán y llegasteis a Jericó; pero las gentes de Jericó os hicieron la guerra, igual que los amorreos, los perizitas, los cananeos, los hititas, los guirgasitas, los jivitas y los jebuseos, pero yo los entregué en vuestras manos. Mandé delante de vosotros avispas que expulsaron, antes que llegarais, a los dos reyes de los amorreos; no fue con tu espada ni con tu arco. Os he dado una tierra que no os ha costado fatiga, unas ciudades que no habéis construido y en las que sin embargo habitáis, viñas y olivares que no habéis plantado y de las que os alimentáis.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Josué reunió a todas las tribus de Israel y a los ancianos de Israel y les recordó toda la larga historia de salvación que les había llevado hasta allí. Nunca tenemos que olvidar la historia de amor de Dios, cuyos frutos saboreamos hoy. Recordarla nos libra de la tentación del orgullo, que tan fácilmente se apodera de lo que es solo un don. La memoria nos ayuda a comprender que somos fruto de un amor mucho más grande que nuestras pobres personas y que ese amor no empieza con nosotros mismos, como nos puede hacer creer el egocentrismo. Dios no quiere humillar al pueblo de Israel. A menudo los hombres piensan que los demás están contentos con su protagonismo, que de ese modo encuentran su propio yo. No. Los hombres están contentos cuando recuerdan y sienten el amor por su vida; el verdadero protagonismo no es la afirmación de uno mismo sino corresponder al amor que uno recibe, comprenderlo y luego perderse en él. También Jesús les dirá a los suyos que sin él no pueden hacer nada. No los humilla sino que hace que sientan cuánto son amados. Dios recuerda asimismo que lo que el pueblo tiene no es el fruto de su valentía, de su fuerza. Cuando el pueblo de Dios confía en la fuerza, como cualquier otro pueblo, pierde, porque la verdadera fuerza de Israel es el amor de Dios, su protección. Todos nosotros segamos allí donde no hemos sembrado, recogemos frutos que otros han deseado. Comprender eso y recordarlo nos libra de la idea de los méritos, de poseer y nos ayuda a disfrutar de los frutos que no son nuestros. Todo es un regalo y solo eso nos hace realmente felices.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.