ORACIÓN CADA DÍA

Oración por los enfermos
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Oración por los enfermos
Lunes 7 de septiembre


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Colosenses 1,24-2,3

Ahora me alegro por los padecimientos que soporto por vosotros, y completo en mi carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo, en favor de su Cuerpo, que es la Iglesia, de la cual he llegado a ser ministro, conforme a la misión que Dios me concedió en orden a vosotros para dar cumplimiento a la Palabra de Dios, al Misterio escondido desde siglos y generaciones, y manifestado ahora a sus santos, a quienes Dios quiso dar a conocer cuál es la riqueza de la gloria de este misterio entre los gentiles, que es Cristo entre vosotros, la esperanza de la gloria, al cual nosotros anunciamos, amonestando e instruyendo a todos los hombres con toda sabiduría, a fin de presentarlos a todos perfectos en Cristo. Por esto precisamente me afano, luchando con la fuerza de Cristo que actúa poderosamente en mí. Quiero que sepáis qué dura lucha estoy sosteniendo por vosotros y por los de Laodicea, y por todos los que no me han visto personalmente, para que sus corazones reciban ánimo y, unidos íntimamente en el amor, alcancen en toda su riqueza la plena inteligencia y perfecto conocimiento del Misterio de Dios, en el cual están ocultos todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Pablo, que conoce el vínculo entre el amor y la cruz, escribe a los colosenses su alegría por los sufrimientos que soporta por ellos. Es cierto, nada se pierde de nuestro dolor, ningún sufrimiento es en vano, sobre todo el que se sufre a causa del ministerio pastoral: todo queda recogido en el cáliz del sufrimiento de Cristo en la cruz. Pablo muestra el sentido profundo que se esconde en el sufrimiento del discípulo: completar en su propia carne lo que falta a los sufrimientos de Cristo. Cuando experimenta los límites, el creyente, que se hace igual al Crucificado, sabe que la potencia del Resucitado actúa también en el sufrimiento. Y por eso el dolor puede ser también fuente de alegría y de serenidad, porque se convierte en ocasión de comunión y de gracia: los creyentes están en comunión los unos con los otros, en el sufrimiento y también en la muerte. Además, el apóstol sabe que debe hacerse como Cristo y que, para llevar a los hombres al Evangelio, debe también sufrir pruebas y hostilidades. Por otra parte, no puede evitar la obligación de predicar el Evangelio, porque así revela Dios su plan de salvación para la humanidad. Y él ha recibido de Dios mismo la misión de "dar cumplimiento a la Palabra de Dios". Con esta última afirmación Pablo arroja luz sobre el significado del ministerio pastoral: sembrar en el corazón de los creyentes la palabra de Dios para que crezcan a imagen de Cristo Jesús. El "servicio" al Evangelio debe interpretarse en ese sentido. Y Pablo no duda en llamar "misterio" a la Palabra de Dios: en ella está presente el amor mismo de Dios revelado a los "santos" para que, a su vez, lo comuniquen a todos los hombres. Así pues, la tarea de los discípulos de todos los tiempos no consiste solo en proclamar el alegre anuncio de Cristo de manera abstracta, sino más bien en comunicar el Evangelio para que toque el corazón de quien escucha y se convierta. El pastor, por otra parte, tiene la tarea de exhortar, de enseñar y de acompañar a todos los creyentes para que sepan hacer crecer y fructificar la Palabra de Dios en su corazón hasta la perfección. Es un "trabajo duro" que Pablo compara a una lucha. Pero es el único camino para que la semilla dé fruto. Ese es el sentido de la misión pastoral de la Iglesia en el mundo. Y Pablo justamente insiste en el destino universal del Evangelio: "todos los hombres" están llamados a vivir de Cristo, a encontrar en Él el sentido de su vida para llegar, así, a la perfección, es decir, a la salvación.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.