ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los santos y de los profetas
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de los santos y de los profetas
Miércoles 7 de octubre


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes son una estirpe elegida,
un sacerdocio real, nación santa,
pueblo adquirido por Dios
para proclamar sus maravillas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Jonás 4,1-11

Jonás, se disgustó mucho por esto y se irritó; y oró a Yahveh diciendo: "¡Ah, Yahveh!, ¿no es esto lo que yo decía cuando estaba todavía en mi tierra? Fue por eso por lo que me apresuré a huir a Tarsis. Porque bien sabía yo que tú eres un Dios clemente y misericordioso, tardo a la cólera y rico en amor, que se arrepiente del mal. Y ahora, Yahveh, te suplico que me quites la vida, porque mejor me es la muerte que la vida." Mas Yahveh dijo: "¿Te parece bien irritarte?" Salió Jonás de la ciudad y se sentó al oriente de la ciudad; allí se hizo una cabaña bajo la cual se sentó a la sombra, hasta ver qué sucedía en la ciudad. Entonces Yahveh Dios dispuso una planta de ricino que creciese por encima de Jonás para dar sombra a su cabeza y librarle así de su mal. Jonás se puso muy contento por aquel ricino. Pero al día siguiente, al rayar el alba, Yahveh mandó a un gusano, y el gusano picó al ricino, que se secó. Y al salir el sol, mandó Dios un sofocante viento solano. El sol hirió la cabeza de Jonás, y éste se desvaneció; se deseó la muerte y dijo: "¡Mejor me es la muerte que la vida!" Entonces Dios dijo a Jonás: "¿Te parece bien irritarte por ese ricino?" Respondió: "¡Sí, me parece bien irritarme hasta la muerte!" Y Yahveh dijo: "Tu tienes lástima de un ricino por el que nada te fatigaste, que no hiciste tú crecer, que en el término de una noche fue y en el término de una noche feneció. ¿Y no voy a tener lástima yo de Nínive, la gran ciudad, en la que hay más de ciento veinte mil personas que no distinguen su derecha de su izquierda, y una gran cantidad de animales?"

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes serán santos
porque yo soy santo, dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Tras la conversión de los ninivitas, que fue posible gracias a la predicación de Jonás, el autor sagrado pasa a considerar las reacciones del profeta. Jonás, decepcionado por el comportamiento del Señor que no hizo realidad la amenaza de destruir la ciudad, se siente molesto. Pero Dios, a través de la parábola de una planta de ricino, llama también a Jonás a convertirse, es decir a reconocer y encontrar el rostro misericordioso de Dios. En definitiva, Jonás no habría querido que el Señor cambiara de idea sobre Nínive. Además, para él, al igual que para muchos otros –también creyentes–, es imposible que Dios tenga piedad de una ciudad violenta y ruin. No era posible de ningún modo –según Jonás, y podríamos decir también según los "profetas de desventura", como llamó Juan XXIII a los pesimistas profesionales– rehabilitar a los habitantes de aquella ciudad que era responsable de la destrucción de Israel. Y ahora vemos la paradoja del texto que hemos escuchado: mientras Dios se arrepiente del mal que había amenazado infligir a Nínive, Jonás se siente molesto y se entristece. ¡Este Dios es demasiado misericordioso y bueno! Son siempre demasiados los que preferirían, como Jonás, un Dios que castiga a quienes hacen el mal y que, evidentemente, bendice a los justos. Es el Dios que muchas veces construimos también nosotros; evidentemente es un Dios hecho a nuestra imagen y semejanza. Para hombres acostumbrados a considerarse buenos y justos es difícil aceptar la compasión y la misericordia de Dios sobre todo hacia quien hace el mal. Era el mismo problema de aquellos que escuchaban a Jesús cuando hablaba del amor por los enemigos (Mateo 5,43-48), de aquel Dios que "hace salir su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos" (Mt 5,45). La primera manera de amar es ser profeta, no negar a nadie la Palabra de Dios, hablar con todos, para que su misericordia llegue a todos y transforme el mal en bien.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.