ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Iglesia
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Iglesia
Jueves 8 de octubre


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Yo soy el buen pastor,
mis ovejas escuchan mi voz
y devendrán
un solo rebaño y un solo redil.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Malaquías 3,13-20a

Duras me resultan vuestras palabras, dice Yahveh. - Y todavía decís: ¿Qué hemos dicho contra ti? - Habéis dicho: Cosa vana es servir a Dios; ¿qué ganamos con guardar su mandamiento o con andar en duelo ante Yahveh Sebaot? Más bien, llamamos felices a los arrogantes: aun haciendo el mal prosperan, y aun tentando a Dios escapan libres. Entonces los que temen a Yahveh se hablaron unos a otros. Y puso atención Yahveh y oyó; y se escribió ante él un libro memorial en favor de los que temen a Yahveh y piensan en su Nombre. Serán ellos para mí, dice Yahveh Sebaot, en el día que yo preparo, propiedad personal; y yo seré indulgente con ellos como es indulgente un padre con el hijo que le sirve. Entonces vosotros volveréis a distinguir entre el justo y el impío, entre quien sirve a Dios y quien no le sirve. Pues he aquí que viene el Día, abrasador como un horno; todos los arrogantes y los que cometen impiedad serán como paja; y los consumirá el Día que viene, dice Yahveh Sebaot, hasta no dejarles raíz ni rama. Pero para vosotros, los que teméis mi Nombre, brillará el sol de justicia con la salud en sus rayos, y saldréis brincando como becerros bien cebados fuera del establo.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Les doy un mandamiento nuevo:
que se amen los unos a los otros.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El profeta Malaquías –que significa "el Señor es mi ángel"– vivió hacia mediados del siglo V y acompañó la reforma de Nehemías. Con un estilo de diálogo con los oyentes, como se ve en el pasaje que hemos escuchado, quiere hacer que el pueblo de Israel lea la situación que está viviendo a través de una atenta escucha de la Palabra de Dios. Si la escuchamos, ilumina el tiempo en el que vivimos. En realidad, se había debilitado entre el pueblo de creyentes –también entre los más devotos– la confianza en la justicia de Dios, en vista de que los soberbios y los violentos siempre se salen con la suya: "Es inútil servir a Dios; ¿qué ganamos con guardar sus mandamientos o con hacer duelo ante el Señor de los ejércitos? Más bien hemos de felicitar a los arrogantes, que aun haciendo el mal prosperan, y aun tentando a Dios escapan impunes" (vv. 14-15). A pesar de esta desconfianza de los creyentes, el Señor no reacciona con la amenaza de castigos, sino más bien con un gesto de comprensión. Hace que registren en un libro los nombres y las acciones de los creyentes como signo y testimonio de que nunca serán olvidados. Al final de los tiempos, los justos serán considerados "propiedad" del Señor, es decir, que pertenecerán a él. Aquellos días se verá claramente la suerte de los justos y la de los injustos. Sobre los justos brillará el "sol de justicia", que les protegerá con sus rayos: "Está para llegar el Día, abrasador como un horno; todos los arrogantes y los malvados serán como paja; y los consumirá el Día que viene... Pero para vosotros, los adeptos a mi Nombre, os alumbrará el sol de justicia con la salud en sus rayos" (vv. 19-20). La tradición espiritual cristiana ha visto en ese sol el nacimiento de Jesús, que vino a poner luz en las tinieblas de la tristeza y a someter el poder del maligno.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.