ORACIÓN CADA DÍA

Oración por la Paz
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Oración por la Paz
Lunes 19 de octubre


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Romanos 4,20-25

Por el contrario, ante la promesa divina, no cedió a la duda con incredulidad; más bien, fortalecido en su fe, dio gloria a Dios, con el pleno convencimiento de que poderoso es Dios para cumplir lo prometido. Por eso le fue reputado como justicia. Y la Escritura no dice solamente por él que le fue reputado, sino también por nosotros, a quienes ha de ser imputada la fe, a nosotros que creemos en Aquel que resucitó de entre los muertos a Jesús Señor nuestro, quien fue entregado por nuestros pecados, y fue resucitado para nuestra justificación.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El apóstol escribe a los romanos que la historia de Abraham nos habla también directamente a nosotros, los cristianos, "que creemos en Aquel que resucitó de entre los muertos a Jesús nuestro Señor" (v. 24). En un midrash hebreo leemos: "Todo cuanto se escribió sobre Abraham se repite en la historia de sus hijos". Pablo escribe a los romanos que el Señor que se manifestó a Abraham y lo hizo justo por su fe se manifestó definitivamente en la Pascua del Hijo que envió a la tierra. El apóstol aclara que con su muerte en la cruz Jesús cargó con todos los pecados del mundo y con su resurrección nos justificó: Él "fue entregado por nuestros pecados, y resucitó para nuestra justificación" (v. 25). De ese modo el apóstol interpreta la fe de Abraham y la asocia al misterio mismo de Jesús que muere y que resucita. El Dios de Abraham se manifiesta en su plenitud en Cristo Jesús. Por eso la historia de Abraham es emblemática para todos los creyentes y en particular para los cristianos, porque muestra la radicalidad de la fe. Por la fe también nosotros nos unimos a Dios, precisamente como hizo el primero de los patriarcas, que creyó "esperando contra toda esperanza". Aquella fe, que es también la nuestra, nos pide que confiemos totalmente en el Hijo de Dios y en su misterio de salvación. La confianza del cristiano es como la de Abraham. Por eso la fe no es principalmente una obra que debamos llevar a cabo, sino que es sobre todo y ante todo darse a uno mismo a Dios, que nos llama, es abandonarse a la voluntad de Dios y a su plan de amor, del que nos hace partícipes. Con la llegada de Jesús y con su muerte y resurrección se ha revelado plenamente el misterio de la fe y de la salvación. Abraham, prototipo del cristiano, es el "padre de todos los creyentes".

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.