ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de Jesús crucificado
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de Jesús crucificado
Viernes 30 de octubre


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Romanos 9,1-5

Digo la verdad en Cristo, no miento, - mi conciencia me lo atestigua en el Espíritu Santo -, siento una gran tristeza y un dolor incesante en el corazón. Pues desearía ser yo mismo anatema, separado de Cristo, por mis hermanos, los de mi raza según la carne, - los israelitas -, de los cuales es la adopción filial, la gloria, las alianzas, la legislación, el culto, las promesas, y los patriarcas; de los cuales también procede Cristo según la carne, el cual está por encima de todas las cosas, Dios bendito por los siglos. Amén.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El apóstol, después de haber hablado de la manifestación de la justicia de Dios que justifica al creyente y lo hace capaz de vivir según el Espíritu, dirige ahora su atención al pueblo de Israel y al misterio de su historia. Se siente profundamente vinculado a la historia del pueblo que Dios eligió ya en tiempos de Abraham. Y se pregunta con profunda angustia qué será de este pueblo si la salvación depende de Jesucristo y no de la ley. Es evidente que el apóstol siente una fuerte amargura porque sus antiguos hermanos en la carne no llegan a gozar de la nueva alianza que estableció Jesús: "Siento una gran tristeza y un dolor incesante en el corazón. Pues desearía ser yo mismo maldito, separado de Cristo, por mis hermanos, los de mi raza según la carne. Son israelitas; de ellos es la adopción filial, la gloria, las alianzas, la legislación, el culto, las promesas y los patriarcas". Aún más –añade Pablo–: "de ellos también procede Cristo según la carne, el cual está por encima de todas las cosas, Dios bendito por los siglos". El pueblo de la primera alianza se ha dejado sorprender –afirma– por la presunción de poseer el favor de Dios mediante de la ley. Esta convicción les ha llevado a tropezar, es decir, a no reconocer a Jesús como Hijo de Dios. Aun así –y aquí el apóstol toca el misterio de la fidelidad de Dios–, "no ha fallado la Palabra de Dios". El problema que se plantea el apóstol versa sobre quién es el verdadero Israel. Y afirma que no todos los descendientes de Israel lo son. Para ser hijo de Dios no basta la descendencia de la carne y de la sangre, sino la adhesión del corazón al Evangelio de Cristo. Solo la fe, es decir, la adhesión libre y total de nuestro corazón a Dios nos libra de la esclavitud de la carne, para hacernos partícipes de la salvación. Por eso también los discípulos de Jesús deben guardarse de pertenecer de manera exterior, individual y ritual a la comunidad de creyentes. Solo la fe marcada por el amor salva.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.