ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Madre del Señor
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Madre del Señor
Martes 3 de noviembre


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Espíritu del Señor está sobre ti,
el que nacerá de ti será santo.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Romanos 12,5-16a

así también nosotros, siendo muchos, no formamos más que un solo cuerpo en Cristo, siendo cada uno por su parte los unos miembros de los otros. Pero teniendo dones diferentes, según la gracia que nos ha sido dada, si es el don de profecía, ejerzámoslo en la medida de nuestra fe; si es el ministerio, en el ministerio; la enseñanza, enseñando; la exhortación, exhortando. El que da, con sencillez; el que preside, con solicitud; el que ejerce la misericordia, con jovialidad. Vuestra caridad sea sin fingimiento; detestando el mal, adhiriéndoos al bien; amándoos cordialmente los unos a los otros; estimando en más cada uno a los otros; con un celo sin negligencia; con espíritu fervoroso; sirviendo al Señor; con la alegría de la esperanza; constantes en la tribulación; perseverantes en la oración; compartiendo las necesidades de los santos; practicando la hospitalidad. Bendecid a los que os persiguen, no maldigáis. Alegraos con los que se alegran; llorad con los que lloran. Tened un mismo sentir los unos para con los otros; sin complaceros en la altivez; atraídos más bien por lo humilde; no os complazcáis en vuestra propia sabiduría.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

He aquí Señor, a tus siervos:
hágase en nosotros según tu Palabra.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Con el capítulo 12 empieza la parte más exhortativa de la Epístola, concebida como consecuencia directa de la argumentación anterior. El apóstol destaca qué se requiere a los creyentes en virtud de la justicia revelada. El pasaje que hemos escuchado incluye exhortaciones sobre las relaciones dentro de la comunidad cristiana –y a este respecto se presenta la célebre imagen del cuerpo como en la primera Epístola a los Corintios (12,12-27)– y sobre las relaciones con el mundo exterior que ya manifiesta hostilidad y las primeras formas de persecución. "Así como nuestro cuerpo, en su unidad, posee muchos miembros, y no desempeñan todos la misma función", escribe el apóstol, "así también nosotros, siendo muchos, no formamos más que un solo cuerpo en Cristo, siendo los unos para los otros, miembros" (v. 5). En un cuerpo la pluralidad de los miembros no se opone a la unidad y a la funcionalidad del cuerpo, sino que está a su servicio. Así sucede en la Iglesia y en toda comunidad cristiana que el Señor enriquece con numerosos dones, con muchos carismas, para que todos concurran al crecimiento del amor y al desarrollo del testimonio evangélico. Cada uno está unido a los demás con el vínculo de amor, pero el Señor da a cada uno una tarea para el servicio común. Así pues, no estamos en la Iglesia para realizarnos cada uno a sí mismo; más bien estamos todos llamados a hacer crecer la comunión, a hacer crecer en armonía el único cuerpo, que es de Cristo. Cada uno, evidentemente, conserva su identidad. El Espíritu no elimina las distintas identidades, sino que las armoniza en una comunión nueva que hace un solo cuerpo a partir de varios. La comunidad cristiana no nace, pues, de las disposiciones de las personas ni de la homogeneidad de los componentes, sino del amor de Dios que hace de muchos uno, y de diversos, una comunidad.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.