ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los santos y de los profetas
Palabra de dios todos los dias

Memoria de los santos y de los profetas

Recuerdo de san Carlos Borromeo (†1584), obispo de Milán. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Memoria de los santos y de los profetas
Miércoles 4 de noviembre

Recuerdo de san Carlos Borromeo (†1584), obispo de Milán.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes son una estirpe elegida,
un sacerdocio real, nación santa,
pueblo adquirido por Dios
para proclamar sus maravillas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Romanos 13,8-10

Con nadie tengáis otra deuda que la del mutuo amor. Pues el que ama al prójimo, ha cumplido la ley. En efecto, lo de: No adulterarás, no matarás, no robarás, no codiciarás y todos los demás preceptos, se resumen en esta fórmula: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. La caridad no hace mal al prójimo. La caridad es, por tanto, la ley en su plenitud.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes serán santos
porque yo soy santo, dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Tras repasar la actitud que los creyentes deben asumir ante los gobernantes (13,1-7) –algo insólito en el epistolario paulino–, el apóstol amplía la perspectiva y llega a plantear la relación de los creyentes con todos los demás. Y dicha relación debe basarse en un amor que da siempre gratuitamente. El cristiano, en realidad, aunque hubiera hecho todo lo que debe hacer, aunque cumpliera todas sus obligaciones, siempre tiene una deuda, la deuda del amor hacia los demás. Y eso vale para todos los creyentes. Se crea así un círculo virtuoso de amor. Todos tenemos una deuda de amor hacia los demás. Eso comporta que los demás tienen derecho a nuestro amor, a nuestra atención y a nuestra proximidad. Esta verdad representa la derrota radical de la "filautía", de aquel amor por uno mismo que es la raíz de todo pecado. Tras el ejemplo de Jesús, que amó a los hombres hasta dar su propia vida por la salvación de todos, tampoco el discípulo puede distanciarse de esa actitud del maestro. Por eso el apóstol puede hablar de deuda del amor. El amor cristiano tiene esta exigencia de gratuidad y de totalidad hacia todos. Es evidente que dicha radicalidad no nace de nosotros, no es el fruto de nuestro trabajo: es un amor que solo podemos recibir de lo alto. Y practicando este amor llevamos a cabo aquel "culto vivo de Dios" del que Pablo acaba de hablar. Es urgente amar porque el tiempo apremia. Parece que el apóstol diga que este es el tiempo para amar. Y nosotros, viendo la gravedad de este inicio de milenio, comprendemos que es muy urgente que los cristianos den testimonio del amor como única vía de salvación para el mundo. Ante el crecimiento del odio y de la violencia, ante el avance del terrorismo y de la guerra, las comunidades cristianas deben abandonar toda distracción y ligereza para comunicar al mundo la primacía del amor. El camino de la paz es hacer que prevalga el amor.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.