ORACIÓN CADA DÍA

Oración por la Paz
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Oración por la Paz
Lunes 16 de noviembre


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Dal primo libro dei Maccabei 1,10-15.41-43.54-64

De ellos surgió un renuevo pecador, Antíoco Epífanes, hijo del rey Antíoco, que había estado como rehén en Roma. Subió al trono el año 137 del imperio de los griegos. En aquellos días surgieron de Israel unos hijos rebeldes que sedujeron a muchos diciendo: «Vamos, concertemos alianza con los pueblos que nos rodean, porque desde que nos separamos de ellos, nos han sobrevenido muchos males.» Estas palabras parecieron bien a sus ojos, y algunos del pueblo se apresuraron a acudir donde el rey y obtuvieron de él autorización para seguir las costumbres de los gentiles. En consecuencia, levantaron en Jerusalén un gimnasio al uso de los paganos, rehicieron sus prepucios, renegaron de la alianza santa para atarse al yugo de los gentiles, y se vendieron para obrar el mal. El rey publicó un edicto en todo su reino ordenando que todos formaran un único pueblo y abandonara cada uno sus peculiares costumbres. Los gentiles acataron todos el edicto real y muchos israelitas aceptaron su culto, sacrificaron a los ídolos y profanaron el sábado. El día quince del mes de Kisléu del año 145 levantó el rey sobre el altar de los holocaustos la Abominación de la desolación. También construyeron altares en las ciudades de alrededor de Judá. A las puertas de las casas y en las plazas quemaban incienso. Rompían y echaban al fuego los libros de la Ley que podían hallar. Al que encontraban con un ejemplar de la Alianza en su poder, o bien descubrían que observaba los preceptos de la Ley, la decisión del rey le condenaba a muerte. Actuaban violentamente contra los israelitas que sorprendían un mes y otro en las ciudades; el día veinticinco de cada mes ofrecían sacrificios en el ara que se alzaba sobre el altar de los holocaustos. A las mujeres que hacían circuncidar a sus hijos las llevaban a la muerte, conforme al edicto, con sus criaturas colgadas al cuello. La misma suerte corrían sus familiares y los que habían efectuado la circuncisión. Muchos en Israel se mantuvieron firmes y se resistieron a comer cosa impura. Prefirieron morir antes que contaminarse con aquella comida y profanar la alianza santa; y murieron. Inmensa fue la Cólera que descargó sobre Israel.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Empieza la lectura del primer libro de los Macabeos. El autor –un judío culto contemporáneo de los hechos que les sucedieron a los tres hermanos macabeos– presenta ya en los dos primeros capítulos el horizonte de toda la narración: el pueblo de Israel defiende la Ley de la contaminación de los pueblos vecinos que quieren imponer sus tradiciones paganas. Se exaltan, pues, los comportamientos de los creyentes que se niegan a ceder ante la mentalidad helénica, aunque les cueste la vida. El creyente, pues, se identifica con el mártir. La narración del primer libro de los Macabeos que incluye la historia de Israel del 167 al 134 a.C. se abre con un brevísimo resumen histórico que habla de Alejandro de Macedonia (Alejandro Magno), que ya había extendido su imperio por todo Oriente, "hasta los confines del mundo". Para amalgamar en una única civilización a los distintos pueblos, estableció la lengua griega como la lengua oficial del imperio. Y ordenó que surgieran por todas partes centros de cultura helenista, ya fuera construyendo nuevas ciudades como reorganizando las existentes según el modelo de las ciudades griegas. El helenismo tuvo en los teatros y en los centros de enseñanza lugares para difundir, junto a los templos, las divinidades griegas. El autor, para describir la fuerza hegemónica también en el terreno cultural de Alejandro, destaca que "la Tierra enmudeció ante él". Pero el orgullo por tan enorme poder terminó por dominar el corazón del rey. Y llegó el castigo divino: el rey cayó enfermo y murió. Pero antes de eso, dividió el reino entre sus oficiales. Entre ellos estaba Antíoco Epífanes, "un renuevo pecador", que contará entre sus acciones el saqueo de Jerusalén. Precisamente en el reino de Antíoco algunos "hijos rebeldes" de Israel (literalmente "transgresores de la Ley") sedujeron a otros judíos para que abrazaran actitudes y estilos de vida helenistas. "Vamos les dijeron a los demás, concertemos alianza con los pueblos que nos rodean, porque desde que nos separamos de ellos, nos han sobrevenido muchos males." Así pues, la iniciativa de helenizar las costumbres judías también fue obra de una parte de los judíos que anhelaban ser como todos los ciudadanos de las demás naciones. Ya había pasado lo mismo en tiempo de Samuel, cuando el pueblo quería un rey "como todas las naciones" (1 S 8,5.20). Así, se construyó un centro de enseñanza en Jerusalén, en cuya parte central estaba el gimnasio, una de las más claras expresiones de la cultura helenista. Para los judíos, en realidad, había un problema relativo a la circuncisión. Los griegos solían ir desnudos, por lo que los judíos intentaban esconder la circuncisión. Pero esa actitud significaba esconder la alianza con Dios, base de la existencia de Israel. La defensa de la relación con Dios era la razón de vida del pueblo de Israel. Solo sobre la base firme de la alianza con el Señor se podían establecer relaciones también con los otros pueblos. De lo contrario habría quedado anulada la misma existencia de Israel como pueblo. Es una lección que sigue teniendo su valor hoy, cuando mucha gente asume actitudes mundanas que tienden a seguirse solo a uno mismo. A los creyentes se les pide que permanezcan fieles a Dios y amigos de los hombres, sobre todo, de los pobres.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.