ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los pobres
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de los pobres
Lunes 23 de noviembre


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Daniel 1,1-6.8-20

El año tercero del reinado de Yoyaquim, rey de Judá, Nabucodonosor, rey de Babilonia, vino a Jerusalén y la sitió. El Señor entregó en sus manos a Yoyaquim rey de Judá, así como parte de los objetos de la Casa de Dios. El los llevó al país de Senaar y depositó los objetos en la casa del tesoro de sus dioses. El rey mandó a Aspenaz, jefe de sus eunucos, tomar de entre los israelitas de estirpe real o de familia noble, algunos jóvenes, sin defecto corporal, de buen parecer, instruidos en toda sabiduría, cultos e inteligentes, idóneos para servir en la corte del rey, con el fin de enseñarles la escritura y la lengua de los caldeos. El rey les asignó una ración diaria de los manjares del rey y del vino de su mesa. Deberían ser educados durante tres años, después de lo cual entrarían al servicio del rey. Entre ellos se encontraban Daniel, Ananías, Misael y Azarías, que eran judíos. Daniel, que tenía el propósito de no mancharse compartiendo los manjares del rey y el vino de su mesa, pidió al jefe de los eunucos permiso para no mancharse. Dios concedió a Daniel hallar gracia y benevolencia ante el jefe de los eunucos. Pero el jefe de los eunucos dijo a Daniel: "Temo al rey, mi señor; él ha asignado vuestra comida y vuestra bebida, y si llega a ver vuestros rostros más macilentos que los de los jóvenes de vuestra edad, expondríais mi cabeza a los ojos del rey." Daniel dijo entonces al guarda a quien el jefe de los eunucos había confiado el cuidado de Daniel, Ananías, Misael y Azarías: Por favor, pon a prueba a tus siervos durante diez días: que nos den de comer legumbres y de beber agua; después puedes comparar nuestro aspecto con el de los jóvenes que comen los manjares del rey, y hacer con tus siervos con arreglo a lo que hayas visto." Aceptó él la propuesta y les puso a prueba durante diez días. Al cabo de los diez días se vio que tenían mejor aspecto y estaban más rollizos que todos los jóvenes que comían los manjares del rey. Desde entonces el guarda retiró sus manjares y el vino que tenían que beber, y les dio legumbres. A estos cuatro jóvenes les concedió Dios ciencia e inteligencia en toda clase de letras y sabiduría. Particularmente Daniel poseía el discernimiento de visiones y sueños. Al cabo del tiempo establecido por el rey para que le fueran presentados los jóvenes, el jefe de los eunucos los llevó ante Nabucodonosor. El rey conversó con ellos, y entre todos no se encontró ningún otro como Daniel, Ananías, Misael y Azarías. Quedaron, pues, al servicio del rey. Y en cuantas cosas de sabiduría o de inteligencia les consultó el rey, los encontró diez veces superiores a todos los magos y adivinos que había en todo su reino.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

En esta última semana del año litúrgico, la Liturgia nos hace escuchar algunos pasajes del libro de Daniel que por su carácter escatológico nos ayudan a contemplar el misterio final de la historia. El apunte sobre el sitio de Jerusalén por parte del rey babilonio Nabucodonosor quiere destacar la nueva situación en la que se encuentra el pueblo hebreo: la difícil relación con el gran mundo que lo rodea. Es emblemático que cite dos ciudades, Babilonia y Jerusalén. Con ello no quiere hacer una descripción histórica sino más bien poner de manifiesto que siempre es Dios, el que guía la historia de su pueblo, incluso cuando tiene que entrar en relación con el mundo exterior. El autor explica en seguida que Dios pone los objetos del templo en manos del rey babilonio Joaquín, que se los lleva. Incluso la decisión de elegir a cuatro jóvenes hebreos de estirpe real, los de mejor parecido y los más inteligentes de todos, para que fueran a Babilonia para ser instruidos en la corte del rey es fruto de la voluntad de Dios. Hay como un sano orgullo hebreo en este pasaje del libro: aquellos jóvenes resultan ser los mejores de entre todos los jóvenes babilonios. Sin duda el Señor les sostiene y les ayuda. Ellos, por su parte, no traicionan la ley tomando alimentos prohibidos. Al comer únicamente legumbres no solo no adelgazan, sino que incluso presentan mejor salud que sus coetáneos babilonios. Esta situación de éxito recuerda a la historia de José, que llegó a lo más alto de la estructura de mando de la corte del rey de Egipto. El autor, en definitiva, parece que diga que los creyentes de Israel, si permanecen fieles a Dios, saben llevar a cabo la misión que se les confía más allá del recinto de Israel. En este caso, de todos los que se presentaron ante el rey, ninguno fue tan sabio como Daniel y sus compañeros. Aquel que es fiel a Dios sabe enseñar la sabiduría que brota de su corazón. Y no por sus los méritos y las cualidades personales, sino sobre todo porque es fiel al Señor. Si los creyentes escuchan la Palabra e Dios y la siguen son capaces de ofrecer a toda la sociedad una sabiduría extraordinaria que proviene, precisamente, de escuchar al Señor y su palabra.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.