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Oración por los enfermos
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Oración por los enfermos

En la Basílica de Santa María en Trastevere se reza por los enfermos. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Oración por los enfermos
Lunes 4 de enero

En la Basílica de Santa María en Trastevere se reza por los enfermos.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Primera Juan 3,7-10

Hijos míos,
que nadie os engañe.
Quien obra la justicia es justo,
como él es justo. Quien comete el pecado es del Diablo,
pues el Diablo peca desde el principio.
El Hijo de Dios se manifestó
para deshacer las obras del Diablo. Todo el que ha nacido de Dios no comete pecado
porque su germen permanece en él;
y no puede pecar
porque ha nacido de Dios. En esto se reconocen
los hijos de Dios y los hijos del Diablo:
todo el que no obra la justicia
no es de Dios,
ni tampoco el que no ama a su hermano.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El apóstol recuerda a sus lectores que Jesús ha venido para liberarnos de la iniquidad que hace esclavos a quienes no permanecen ligados al Evangelio. En este pasaje de la Carta, el pecado entendido como "iniquidad" no se refiere tanto a las culpas individuales que cada uno de nosotros pueda cometer a causa de su debilidad, sino que se entiende más bien la situación de quien vive fuera del amor, de quien se distancia del Evangelio y de la vida misma de la comunidad. Para el apóstol, la iniquidad es lo contrario de "permanecer" en Cristo. Por esto Juan puede decir: "Todo el que permanece en él, no peca". Sí, permanecer unidos a Cristo significa alimentarse con su linfa, y por tanto dar buenos frutos. En cierto modo se garantiza al creyente la impecabilidad, es decir, el lazo estable y salvífico con Jesús. No quiere decir no caer en los pecados. Pero los creyentes, acogiendo el amor de Dios, ya han vencido radicalmente el mal y viven ya en la comunión con Dios y con los hermanos. Por esto "no pecan". Obviamente, Juan no trata de favorecer una actitud de necia soberbia en los discípulos, sino hacer comprender la solidez que se alcanza si se vive en la comunión con el Señor y con los hermanos. Aunque todos seamos pecadores, en los creyentes permanece enraizado un "germen" divino que conduce por el camino del amor y no permite a las fuerzas del mal arrollarlos en sus torbellinos y hundirlos. Todo el que ha nacido de Dios, -reafirma Juan- no peca porque el amor de Dios permanece en él por medio del Espíritu. Y el Espíritu hace realizar las obras de Dios. Por esto los hijos de Dios se alejan de la de los hijos de la iniquidad. Estos últimos, de hecho, no practican la justicia, no observan el único mandamiento, el del amor que lleva a unirse a Dios y a los hermanos. En el amor es donde se manifiesta la verdadera justicia.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.