ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los pobres
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de los pobres
Lunes 11 de enero


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

1Samuel 1,1-8

Hubo un hombre de Ramatáyim, sufita de la montaña de Efraím, que se llamaba Elcaná, hijo de Yeroján, hijo de Elihú, hijo de Toju, hijo de Suf, efraimita. Tenía dos mujeres: una se llamaba Ana y la otra Peninná; Peninná tenía hijos, pero Ana no los tenía. Este hombre subía de año en año desde su ciudad para adorar y ofrecer sacrificios a Yahveh Sebaot en Silo, donde estaban Jofní y Pinjás, los dos hijos de Elí, sacerdotes de Yahveh. El día en que Elcaná sacrificaba, daba sendas porciones a su mujer Peninná y a cada uno de sus hijos e hijas, pero a Ana le daba solamente una porción, pues aunque era su preferida, Yahveh había cerrado su seno. Su rival la zahería y vejaba de continuo, porque Yahveh la había hecho estéril. Así sucedía año tras año; cuando subían al templo de Yahveh la mortificaba. Ana lloraba de continuo y no quería comer. Elcaná su marido le decía: "Ana, ¿por qué lloras y no comes? ¿Por qué estás triste? ¿Es que no soy para ti mejor que diez hijos?"

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

En las primeras cuatro semanas del tiempo ordinario de los años pares, la Liturgia eucarística propone la lectura de parte del primer y del segundo libro de Samuel. Al final del libro de los Jueces, Israel es una comunidad degradada desde el punto de vista religioso (caps.17-18) y presa de un caos moral (caps.19-21), sin ni siquiera tener la capacidad, o mejor dicho la voluntad, de salir de esta situación. Y ocupa un pequeño territorio de pocos kilómetros cuadrados en cuyo centro está Siló con el arca de la alianza. Rodeado de pueblos organizados monárquicamente, Israel pide un rey que lo proteja, lo defienda, lo reúna y lo libre. Todo el libro de Samuel está orientado a la llegada de un rey, David, que asentará establemente el reino extendiéndolo desde Egipto hasta el Eúfrates. La historia de la realeza de David sobre Israel inicia sin embargo con el relato de una mujer estéril y amargada de nombre Ana (1,2). El pasaje de Israel de las dificultades al bienestar no comienza con una grandiosa teoría ni tampoco en un espléndido palacio, sino con una mujer sin hijos y sin futuro. En efecto, la espera de Israel (que culminará en David) comienza con la espera de esta mujer estéril y desesperada. El autor quiere subrayar que el reino y el futuro de Israel depende por completo de Dios. La familia de Elcaná, que incluso tenía un gran pasado como se intuye por la genealogía, sin embargo está destinada a no tener ningún futuro. Incluso parece que la esterilidad de la mujer es obra del Señor. En definitiva, la situación no tiene vía de salida. Ana, además, debe añadir a la esterilidad los insultos de la rival, Peniná, segunda mujer de Elcaná. Esta, en el contexto de la comida del sacrificio en el santuario, probablemente le hacía notar que a ella el marido le asignaba muchas porciones (se hacía en relación a los hijos), mientras que a Ana sólo se le daba una. A pesar del amor del marido, Ana está terriblemente deprimida y desesperada, hasta perder incluso el apetito. Comprende que sólo el Señor puede ayudarla.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.