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Oración por la unidad de las Iglesias. Recuerdo especial de las Iglesias de la Comunión anglicana. Leer más

Libretto DEL GIORNO
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Jueves 21 de enero

Oración por la unidad de las Iglesias. Recuerdo especial de las Iglesias de la Comunión anglicana.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Yo soy el buen pastor,
mis ovejas escuchan mi voz
y devendrán
un solo rebaño y un solo redil.

Aleluya, aleluya, aleluya.

1Samuel 18,6-9; 19,1-7

A su regreso, cuando volvió David de matar al filisteo, salían las mujeres de todas la ciudades de Israel al encuentro del rey Saúl para cantar danzando al son de adufes y triángulos con cantos de alegría. Las mujeres, danzando, cantaban a coro: "Saúl mató sus millares
y David sus miríadas. Irritóse mucho Saúl y le disgustó el suceso, pues decía: "Dan miríadas a David y a mí millares; sólo le falta ser rey." Y desde aquel día en adelante miraba Saúl a David con ojos de envidia. Saúl dijo a su hijo Jonatán y a todos sus servidores que haría morir a David; pero Jonatán, hijo de Saúl, amaba mucho a David, y avisó Jonatán a David diciéndole: "Mi padre Saúl te busca para matarte. Anda sobre aviso mañana por la mañana; retírate a un lugar oculto y escóndete. Yo saldré y estaré junto a mi padre en el campo, donde tú estés, y hablaré por ti a mi padre; veré lo que hay y te avisaré." Habló Jonatán a Saúl su padre en favor de David y dijo: "No peque el rey contra su siervo David, porque él no ha pecado contra ti, sino que te ha hecho grandes servicios. Puso su vida en peligro, mató al filisteo y concedió Yahveh una gran victoria para todo Israel. Tú lo viste y te alegraste. ¿Por qué, pues, vas a pecar contra sangre inocente haciendo morir a David sin motivo?" Escuchó Saúl las palabras de Jonatán y juró: "¡Vive Yahveh!, no morirá." Llamó entonces Jonatán a David, le contó todas estas palabras y llevó a David donde Saúl, y se quedó a su servicio como antes.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Les doy un mandamiento nuevo:
que se amen los unos a los otros.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El texto se abre con una de las más bellas descripciones de la amistad que se encuentra en la Biblia, la que existe entre Jonatán y David. Ya desde el primer encuentro, se sienten inmediatamente unidos el uno al otro de por vida. La amistad llega hasta la identificación del uno en el otro. Este es el sentido del "pacto" que establecen entre ellos. La entrega de sus vestidos y de sus armas que hace Jonatán a David es mucho más que el simple acto de generosidad del príncipe hacia el joven pastor que no tiene ni vestidos adecuados para la corte ni armas para combatir. Jonatán se reconoce a sí mismo en David en un lazo imperecedero. También Saúl se complace de David por los éxitos en las misiones militares que sigue confiándole. La fama del joven condotiero es cada vez más amplia. Después de las empresas militares hay siempre una gran acogida, ciertamente para Saúl, pero sobre todo para David. Un canto hablaba de "millares" y de "miríadas" para celebrar tanto a Saúl como a David. El rey, impresionado por este notable entusiasmo de la gente hacia David, siente fuertes sentimientos de celos y comienza a pensar que David puede ser una amenaza para él, es más, un competidor. Dominado por el miedo piensa que el joven guerrero puede arrebatarle el trono. Obviamente, excepto Samuel nadie sabe nada de lo que el Señor ha ya decidido. Por lo demás, Saúl no tiene ningún indicio sobre la decisión de Dios respecto a David, pero está asustado y sospecha. En realidad, su apreciación es justa, si bien por razones equivocadas; comprende lo que está sucediendo pero no conoce la decisión de Dios; está en peligro, pero no por la presunta ambición de David sino más bien por el propósito de Dios. Sin embargo Saúl necesita a David porque es el único que le ayuda en su enfermedad. Rojo de envidia trata de matarlo mientras está tocando para aliviar sus dolores. Posteriormente le confía misiones peligrosas que David lleva siempre a cumplimiento, suscitando todavía más el favor del pueblo. Para alejarlo, le desposaría con su hija Merab a cambio de una batalla peligrosísima en la que se augura que David sea asesinado. Es una estrategia matrimonial que parece anticipar el triste ejemplo de Urías que será propuesto por el mismo David (II Sam. 11,4-17). Este diseño fracasa. David puede casarse con la segunda hija de Saúl a condición de llevar como trofeo cien prepucios de filisteos; una empresa muy peligrosa que David lleva cumplimiento de forma egregia. Este gesto le procura una popularidad creciente entre la gente, mientras Saúl está cada vez más aislado. En todo este relato, la iniciativa nunca es de David, no es él quien decide qué hacer ni adónde ir. Es evidente que el autor sagrado quiere alejar toda tentación de protagonismo, una tentación a la que nosotros muchas veces cedemos por empresas menores de las realizadas por David. El verdadero protagonista es Dios que, después de haber abandonado a Saúl a causa de su desobediencia, ha decidido seguir conduciendo a su pueblo con David. Saúl está ya convencido de que David representa para él una amenaza intolerable. Y si antes trataba de eliminarlo de forma indirecta, ahora quiere hacerlo abiertamente. Confiesa este propósito suyo a su hijo Jonatán, quien, sin embargo, "amaba" a David (v. 1). Jonatán debería ser solidario con el padre, si no por el deber de la sangre al menos por su propio interés, puesto que David asediaba su mismo trono. Pero, a causa del amor que sentía por David, Jonatán va contra el padre y contra su propio interés. Le cuenta, por tanto, a David la intención del padre y le sugiere que se retire a un lugar apartado. Luego intercede ante Saúl diciendo que David no sólo ha sido audaz y valiente, sino que ha actuado lealmente hacia él. Por el momento Saúl se deja convencer y promete que no matará a David (v. 6), quien es reintegrado en la corte (v. 7). David sigue cosechando éxitos militares contra los filisteos (v. 8), pero Saúl, en vez de alegrarse, arde todavía más de envidia. Está tan obsesionado que ya no puede expresar un juicio razonable sobre el bien de su mismo trono. El "espíritu malo" se apodera de Saúl hasta empujarle a golpear a David: sin embargo, en vez de golpear al joven, la lanza se estrella contra el muro. El ánimo del rey está totalmente esclavizado por sus instintos homicidas: decide matar a David en cuanto salga de casa a la mañana siguiente. Mical, la mujer de David, se da cuenta y le hace huir a través de la ventana. Dios impide de todas las maneras que Saúl lleve a término su proyecto.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.