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Memoria de los santos y de los profetas
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Memoria de los santos y de los profetas

Jornada europea de recuerdo de la Shoá. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Memoria de los santos y de los profetas
Miércoles 27 de enero

Jornada europea de recuerdo de la Shoá.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes son una estirpe elegida,
un sacerdocio real, nación santa,
pueblo adquirido por Dios
para proclamar sus maravillas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

2Samuel 7,4-17

Pero aquella misma noche vino la palabra de Dios a Natán diciendo: Ve y di a mi siervo David: Esto dice Yahveh. ¿Me vas a edificar tú una casa para que yo habite? No he habitado en una casa desde el día en que hice subir a los israelitas de Egipto hasta el día de hoy, sino que he ido de un lado para otro en una tienda, en un refugio. En todo el tiempo que he caminado entre todos los israelitas ¿he dicho acaso a uno de los jueces de Israel a los que mandé que apacentaran a mi pueblo Israel: "¿Por qué no me edificáis una casa de cedro?" Ahora pues di esto a mi siervo David: Así habla Yahveh Sebaot: Yo te he tomado del pastizal, de detrás del rebaño, para que seas caudillo de mi pueblo Israel. He estado contigo dondequiera has ido, he eliminado de delante de ti a todos tus enemigos y voy a hacerte un nombre grande como el nombre de los grandes de la tierra: fijaré un lugar a mi pueblo Israel y lo plantaré allí para que more en él; no será ya perturbado y los malhechores no seguirán oprimiéndole como antes, en el tiempo en que instituí jueces en mi pueblo Israel; le daré paz con todos sus enemigos. Yahveh te anuncia que Yahveh te edificará una casa. Y cuando tus días se hayan cumplido y te acuestes con tus padres, afirmaré después de ti la descendencia que saldrá de tus entrañas, y consolidaré el trono de su realeza. (El constituirá una casa para mi Nombre y yo consolidaré el trono de su realeza para siempre.) Yo seré para él padre y él será para mí hijo. Si hace mal, le castigaré con vara de hombres y con golpes de hombres, pero no apartaré de él mi amor, como lo aparté de Saúl a quien quité de delante de mí. Tu casa y tu reino permanecerán para siempre ante mí; tu trono estará firme, eternamente." Natán habló a David según todas estas palabras y esta visión.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes serán santos
porque yo soy santo, dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

En esta página, cumbre teológica del segundo libro de Samuel, se toca un punto decisivo de la historia de la salvación. La promesa de la descendencia y del reino que se hace a David será evocada frecuentemente en los salmos (Sal 89 y 132) y en los momentos culminantes de la existencia de Israel, como también en los profetas. Y al alba del Nuevo Testamento resonará en las palabras del arcángel Gabriel que anuncia a María el nacimiento de Jesús (Lc 1, 30-33). La primera Iglesia predicará que en Cristo se realizaba lo que se había prometido a David en relación a su descendencia (cf. Hb 1, 5; Hch 2, 29-30). La narración se inspira en la consideración que David hace de su situación, en un hermoso palacio de cedro construido con la ayuda del rey de Tiro, y la del arca, signo de la presencia de Dios, todavía bajo una tienda. Por tanto, decide construir al Señor un Templo. Entre otras cosas, su ausencia significaba un claro signo de inferioridad de Israel respecto a los pueblos vecinos. El profeta Natán se muestra entusiasta con el proyecto. Pero Dios le desmiente esa misma noche. La primera reacción del profeta nace de su espontaneidad, mientras que la segunda es voluntad expresa de Dios. La propuesta de David era ciertamente buena, pero mucho más profunda era la perspectiva de Dios. No es Dios quien necesita una casa, sino el pueblo de Israel. Los lugares de culto que había establecido en los comienzos (Gn 12, 7-8; 28, 20-22; 35, 14), a la vez que el tabernáculo (Ex 26; 33, 7-11), eran signos de su presencia en medio del pueblo. Por tanto, Dios advierte a David que, de la misma manera que nunca había pedido en épocas pasadas que le edificaran un Templo, tampoco se lo pediría a él (vv. 6-7). El Señor ha conducido a su pueblo y al mismo David en todas sus empresas sin tener una morada fija donde habitar. El Señor no necesita muros, más bien es Israel quien los necesita para no olvidar al Señor. Por eso Dios mismo construirá una morada para su pueblo. Las palabras de Natán se refieren ciertamente a Salomón, que construirá el Templo, pero van más allá: "afirmaré después de ti la descendencia que saldrá de tus entrañas". El profeta anuncia una "realeza" que durará "para siempre" y un "reino" eterno. La profecía encontrará su plena realización en Jesucristo, como el ángel anuncia a María: "Él será grande, se le llamará Hijo del Altísimo y el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su reino no tendrá fin" (Lc 1, 32-33).

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.