ORACIÓN CADA DÍA

Oración por los enfermos
Palabra de dios todos los dias

Oración por los enfermos

En la Basílica de Santa María en Trastevere se reza por los enfermos. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Oración por los enfermos
Lunes 1 de febrero

En la Basílica de Santa María en Trastevere se reza por los enfermos.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

2Samuel 15,13-14.30; 16,5-13

Llegó uno que avisó a David: "El corazón de los hombres de Israel va tras de Absalón." Entonces David dijo a todos los servidores que estaban con él en Jerusalén: "Levantaos y huyamos, porque no tenemos escape ante Absalón. Apresuraos a partir, no sea que venga a toda prisa y nos dé alcance, vierta sobre nosotros la ruina y pase la ciudad a filo de espada." David subía la cuesta de los Olivos, subía llorando con la cabeza cubierta y los pies desnudos; y toda la gente que estaba con él había cubierto su cabeza y subía la cuesta llorando. Cuando el rey David llegó a Bajurim salió de allí un hombre del mismo clan que la casa de Saúl, llamado Semeí, hijo de Guerá. Iba maldiciendo mientras avanzaba. Tiraba piedras a David y a todos los servidores del rey, mientras toda la gente y todos los servidores se colocaban a derecha e izquierda. Semeí decía maldiciendo: "Vete, vete, hombre sanguinario y malvado. Yahveh te devuelva toda la sangre de la casa de Saúl, cuyo reino usurpaste. Así Yahveh ha entregado tu reino en manos de Absalón tu hijo. Has caído en tu propia maldad, porque eres un hombre sanguinario." Abisay, hijo de Sarvia, dijo al rey: "¿Por qué ha de maldecir este perro muerto a mi señor el rey? Voy ahora mismo y le corto la cabeza." Respondió el rey: "¿Qué tengo yo con vosotros, hijos de Sarvia? Deja que maldiga, pues si Yahveh le ha dicho: "Maldice a David" ¿quién le puede decir: "Por qué haces esto?" Y añadió David a Abisay y a todos sus siervos: "Mirad, mi hijo, salido de mis entrañas, busca mi muerte, pues ¿cuánto más ahora un benjaminita? Dejadle que maldiga, pues se lo ha mandado Yahveh. Acaso Yahveh mire mi aflicción y me devuelva Yahveh bien por las maldiciones de este día." Y David y sus hombres prosiguieron su camino, mientras Semeí marchaba por el flanco de la montaña, paralelo a él; iba maldiciendo, tirando piedras y arrojando polvo.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ante la fuga de David uno se queda sorprendido al contemplar su grandeza de ánimo: sus pensamientos no se detienen a considerar aisladamente su grave situación personal, sino que se dirigen al bien de todos los suyos y de la nación. Huye, sí, temiendo quedar atrapado en la ciudad, pero sobre todo para evitar represalias de los insurrectos contra la población, que habrían llevado a un baño de sangre (v. 14). En su huida se hace acompañar, aparte de sus ministros, por toda su familia, que ciertamente habría sufrido las amargas consecuencias de la guerra fratricida. Deja tan solo algunas concubinas, diez en total, para custodiar el palacio real. Luego, al darse cuenta de que lo sigue uno de sus fieles colaboradores, Itay de Gat con sus seguidores, trata de hacerlo desistir por las consecuencias negativas que el hecho podría acarrear para ellos. Pero Itay renueva su fidelidad al rey. En el relato aparecen también otros personajes, como Ajitófel, Jusay, "el amigo" de David (16, 16-17), Sibá, que es un aprovechado, Meribaal, connivente con Absalón, y otros más. Todos ellos muestran la complejidad del espíritu humano y la diversidad de las personas: está quien traiciona, quien permanece fiel, quien persigue sus propios intereses, quien busca venganza, quien es magnánimo y quien es generoso. Es importante que seamos conscientes de que el plan de Dios no se realiza por encima de la historia o al margen de ella, sino en medio de las vicisitudes humanas, con todas las contradicciones y las oportunidades. David, en toda esta compleja historia familiar, queda como ejemplo de alguien que, a pesar de haber caído en el pecado, ha aprendido finalmente a fiarse de Dios y a abandonarse en sus manos. El rey sale de la ciudad "a pie" (v. 16) como signo de tristeza, y sube la cuesta del monte de los Olivos "llorando", "con la cabeza cubierta y los pies desnudos" (v. 30). El arca, llevada por los sacerdotes Sadoc y Ebiatar junto con los levitas, como signo de la realeza legítima de David, acompañaba al pueblo que huía con David. Pero el rey ordena que el arca sea llevada de vuelta a Jerusalén. Los acontecimientos dolorosos que ha sufrido le han hecho comprender que no es la presencia física del arca la que asegura el éxito frente al enemigo, ni tampoco su regreso a Jerusalén, sino el abandono al Señor sin reservas ni condiciones. Así, dice a Sadoc: "Haz volver el arca de Dios a la ciudad. Si he hallado gracia a los ojos del Señor, me hará volver y me permitirá ver el arca y su morada. Y si él dice: «No me has agradado», que me haga lo que mejor le parezca" (v. 25-26). El dolor que había marcado los últimos años de la vida de David a causa de los pecados cometidos, le había llevado a reflexionar sobre sí mismo y su fragilidad, y por tanto a fiarse más de Dios que de sí. David había reencontrado una relación íntima y profunda con el Señor, y esto le bastaba.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.