ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los santos y de los profetas
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de los santos y de los profetas
Miércoles 3 de febrero


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes son una estirpe elegida,
un sacerdocio real, nación santa,
pueblo adquirido por Dios
para proclamar sus maravillas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

2Samuel 24,2.9-17

El rey dijo a Joab y a los jefes del ejército que estaban con él: "Recorre todas las tribus de Israel desde Dan hasta Berseba y haz el censo para que yo sepa la cifra de la población." Joab entregó al rey la cifra del censo del pueblo. Había en Israel 800.000 hombres de guerra capaces de manejar las armas; en Judá había 500.000 hombres. Después de haber hecho el censo del pueblo, le remordió a David el corazón y dijo David a Yahveh: "He cometido un gran pecado. Pero ahora, Yahveh, perdona, te ruego, la falta de tu siervo, pues he sido muy necio." Cuando David se levantó por la mañana, le había sido dirigida la palabra de Yahveh al profeta Gad, vidente de David, diciendo: Anda y di a David: Así dice Yahveh: Tres cosas te propongo; elije una de ellas y la llevaré a cabo. Llegó Gad donde David y le anunció: "¿Qué quieres que te venga, tres años de gran hambre en tu país, tres meses de derrotas ante tus enemigos y que te persigan, o tres días de peste en tu tierra? Ahora piensa y mira qué debo responder al que me envía." David respondió a Gad: "Estoy en grande angustia. Pero caigamos en manos de Yahveh que es grande su misericordia. No caiga yo en manos de los hombres." Y David eligió la peste para sí. Eran los días de la recolección del trigo. Yahveh envió la peste a Israel desde la mañana hasta el tiempo señalado y murieron 70.000 hombres del pueblo, desde Dan hasta Berseba. El ángel extendió la mano hacia Jerusalén para destruirla, pero Yahveh se arrepintió del estrago y dijo al ángel que exterminaba el pueblo: "¡Basta ya! Retira tu mano." El ángel de Yahveh estaba entonces junto a la era de Arauná el jebuseo. Cuando David vio al ángel que hería al pueblo, dijo a Yahveh: "Yo fui quien pequé, yo cometí el mal, pero estas ovejas ¿qué han hecho? Caiga, te suplico, tu mano sobre mí y sobre la casa de mi padre."

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes serán santos
porque yo soy santo, dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El pasaje relata el primer censo en Israel tras la institución de la monarquía. David deseaba medir la estabilidad política y social de su reino. Y en efecto, los resultados del censo parecen darle la razón. Pero precisamente en la búsqueda de una estabilidad objetiva se esconde la desconfianza de David hacia el Señor. El texto se abre con el comentario: "Se encendió otra vez la ira del Señor contra los israelitas e incitó a David contra ellos" (v. 1). El autor no explica el motivo de la cólera divina; subraya que Dios mismo incita a David a hacer el censo para ir contra el pueblo. La afirmación "incitó a David" debe entenderse en el contexto de la antigua concepción semítica, según la cual todo provenía directamente de Dios, incluso las tentaciones. El ejemplo más evidente lo encontramos en el libro de Job, cuando aparece Satanás pidiendo permiso a Dios para tentar a Job y Dios se lo concede (Jb l, 6-12; 2, 1-6). Este modo de presentar la tentación no sólo evita pensar que Dios esté al origen del mal, sino que muestra cómo, permitiendo la tentación, Dios quiere mostrar que con la ayuda que no escatima al hombre éste puede vencer al tentador. David ordena, pues, que se haga el censo; aparentemente no sólo parece justificado, sino una sabia medida administrativa que permitirá una organización más adecuada del reino. Sin embargo, a diferencia de los censos prescritos por Dios en el momento del éxodo, este de David tiene todo el valor de un reprobable desafío de poder. La decisión de contar minuciosamente a sus soldados, contribuyentes y súbditos muestra que David se fía más de sus propios recursos que de la fuerza y la providencia divinas. Por ello, apenas terminado el censo, "le remordió a David el corazón, y dijo David al Señor: «He cometido un gran pecado. Pero ahora, Señor, perdona, te ruego, la falta de tu siervo, pues he sido muy necio»" (v. 10). El profeta Gad, en nombre de Dios, le anunciará un severísimo castigo por lo sucedido (v. 11-13). David, una vez más, confiesa la pobreza de su fe, que aparece revestida de una sabiduría que en realidad es necedad. Es cierto, Dios nos pide que hagamos todo lo posible para cuidar a su pueblo, pero sólo con la sabiduría arraigada en el "temor del Señor", es decir, en la confianza total en él, conscientes de nuestra miseria; sólo esta sabiduría es realmente fuerte y sabia. David comprende al fin que la fuerza del pueblo que el Señor le ha confiado no está en el número, sino sólo en la fe en el Señor.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.