ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Iglesia
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Iglesia
Jueves 4 de febrero


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Yo soy el buen pastor,
mis ovejas escuchan mi voz
y devendrán
un solo rebaño y un solo redil.

Aleluya, aleluya, aleluya.

1Reyes 2,1-4.10-12

Cuando se acercaron los días de la muerte de David, dio órdenes a su hijo Salomón: Yo me voy por el camino de todos. Ten valor y sé hombre. Guarda las observancias de Yahveh tu Dios, yendo por su camino, observando sus preceptos, sus órdenes, sus sentencias y sus instrucciones, según está escrito en la ley de Moisés, para que tengas éxito en cuanto hagas y emprendas. Para que Yahveh cumpla la promesa que me hizo diciendo: "Si tus hijos guardan su camino para andar en mi presencia con fidelidad, con todo su corazón y toda su alma, ninguno de los tuyos será arrancado de sobre el trono de Israel." David se acostó con sus padres y le sepultaron en la Ciudad de David. David reinó sobre Israel cuarenta años; reinó en Hebrón siete años; reinó en Jerusalén 33 años. Salomón se sentó en el trono de David su padre y el reino se afianzó sólidamente en su mano.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Les doy un mandamiento nuevo:
que se amen los unos a los otros.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El primer libro de los Reyes se abre con la narración de la sucesión de David a Salomón. El autor subraya sin embargo la dificultad de este proceso. El orgullo de los hombres, en este caso de Adonías y sus cómplices, hacen prevalecer los intereses individuales y de grupo, y de ese modo se ponen como alternativa no tanto a David como al Señor, verdadero "pastor" de Israel. David, que había subido al trono con treinta años, gobierna desde hace ya cuarenta años. Ha envejecido, y también está cansado y mal de salud. Su debilidad hace "jactarse" –como señala el autor sacro- a Adonías, quien tras la muerte de los hermanos Amnón y Absalón es el primogénito. Piensa por tanto que está en su derecho de aspirar a ocupar el trono en lugar de David. Su plan, que por otro lado parece bastante razonable, prevé una cuidadosa estrategia de alianzas. Pero lo cierto es que Adonías no sólo no comprende que el verdadero guía de Israel es el Señor, sino que ni siquiera trata de conocer su voluntad. Por el contrario, él confía sólo en sus fuerzas, su estrategia, sus capacidades personales, para acceder al puesto de guía del reino que cree suyo de pleno derecho. De sus pensamientos está lejos el amor por el pueblo, y aún más la convicción de que deba confiarse al Señor para ser su servidor. Se guía únicamente por la ambición. El miedo a este golpe de estado empuja al profeta Natán, que conoce bien el corazón de Dios, a intervenir para bloquear a Adonías. Por otra parte, sabe también que Dios elige a los pequeños y los últimos para llevar a cabo sus obras. Estaba junto a David cuando nació Salomón (2 S 12, 24-25), y recuerda que David había hecho un juramento solemne a favor de Salomón. Convence también a Betsabé de acudir junto a David para intervenir a favor de Salomón. Después de esa intervención David se expresa claramente y señala a Salomón como su sucesor. Ordena por tanto que le den su mula y sea conducido hasta el manantial de Guijón, donde será consagrado rey por los sacerdotes. La unción con el aceite, el anuncio de la consagración mediante el toque de trompeta, y la aclamación del pueblo, sancionan la subida al trono de Salomón. Una vez más el Señor, a través de la palabra del profeta, guía la historia de Israel, eligiendo no al heredero legítimo sino al último, el más pequeño. Es una constante en la historia de la revelación bíblica, y muestra que es el Señor quien continúa guiando a su pueblo.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.