ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Iglesia
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Iglesia
Jueves 18 de febrero


Lectura de la Palabra de Dios

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Yo soy el buen pastor,
mis ovejas escuchan mi voz
y devendrán
un solo rebaño y un solo redil.

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Ester 14, 1. 3-5. 12-14

En aquellos días, la reina Ester, presa de un temor mortal, se refugió en el Señor.
Y se postro en tierra con sus doncellas desde la mañana a la tarde, diciendo:
«¡Bendita seas, Dios de Abrahán, Dios de Isaac y Dios de Jacob! Ven en mi ayuda, que estoy sola y
no tengo otro socorro fuera de ti, Señor, por que me acecha un gran peligro.
Yo he escuchado en los libros de mis antepasados, Señor, que tú libras siempre a los que cumplen tu
voluntad. Ahora, Señor, Dios mío, ayúdame, que estoy sola y no tengo a nadie fuera de ti. Ahora, ven
en mi ayuda, pues estoy huérfana, y pon en mis labios una palabra oportuna de lante del león, y hazme
grata a sus ojos. Cambia su corazón para que aborrezca al que nos ataca, para su ruina y la de
cuantos están de acuerdo con él.
Líbranos de la mano de nuestros enemigos, cambia nuestro luto en gozo y nuestros sufrimientos en salvación».

 

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Les doy un mandamiento nuevo:
que se amen los unos a los otros.

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

El libro de Ester relata la historia de una mujer judía que por su belleza es elegida como reina por el rey del gran imperio persa. El autor sacro presenta la situación del pueblo judío en la gran diáspora, con los prejuicios que lo circundan a causa de sus diferencias y de la particularidad de la fe que practica. Amán, funcionario del rey, explica bien el juicio que los asirios hacían de los judíos: "Diseminado, entre todas las tribus del universo, [hay] un pueblo hostil, opuesto por sus leyes a todas las naciones, que rechaza constantemente las órdenes reales, de modo que no hay seguridad en el programa de gobierno que nosotros, con indiscutible acierto, venimos ejecutando" (3, 13d). No podemos dejar de leer en estas palabras indicios de ese antisemitismo que a lo largo de los siglos ha provocado tanto mal al pueblo judío, llegando hasta el drama de la Shoah. ¿Qué puede hacer Ester, una mujer, ante tanta hostilidad, que llega incluso a querer exterminar el pueblo de Israel? ¿Qué puede hacer ella, una pobre mujer, ante la violencia y la guerra? Ester ante todo se recoge en la oración a su Dios y al Dios de sus padres, Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob. En la Biblia la oración retoma a menudo el hilo de la historia, porque en ella se puede leer la propia existencia a la luz del amor y de los prodigios obrados por Dios. A ningún creyente se le deja solo a merced del torbellino de los acontecimientos: se encuentra siempre en medio de un diseño de amor que le ha precedido y que la oración ayuda a descubrir. Así, Ester le recuerda a Dios todo lo que ha hecho por sus antepasados: "Yo oí desde mi infancia, en mi tribu paterna, que tú, Señor, elegiste a Israel de entre todos los pueblos, y a nuestros padres de entre todos sus mayores, para ser herencia tuya para siempre, cumpliendo en su favor cuanto dijiste". Su oración se desarrolla en tres puntos. En el primero invoca ayuda para sí misma, consciente de su pequeñez: "Ven en mi ayuda, que estoy sola y no tengo socorro sino en ti, y mi vida está en peligro". En la oración descubrimos la necesidad de salvación junto a nuestra debilidad, pero confiamos en la fuerza que viene de Dios. Después pide a Dios que la ayude a encontrar las palabras para hablar al "león", el enemigo que quiere eliminar a Israel. Finalmente: "Oye el clamor de los desesperados, líbranos del poder de los malvados y líbrame a mí de mi temor". En la debilidad de una mujer emerge la fuerza de la oración, que sabrá vencer el mal y librar de las manos de los enemigos.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.