ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Iglesia
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Iglesia
Jueves 25 de febrero


Lectura de la Palabra de Dios

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Yo soy el buen pastor,
mis ovejas escuchan mi voz
y devendrán
un solo rebaño y un solo redil.

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Jeremías 17,5-10

Así dice Yahveh:
Maldito sea aquel que fía en hombre,
y hace de la carne su apoyo,
y de Yahveh se aparta en su corazón. Pues es como el tamarisco en la Arabá,
y no verá el bien cuando viniere.
Vive en los sitios quemados del desierto,
en saladar inhabitable. Bendito sea aquel que fía en Yahveh,
pues no defraudará Yahveh su confianza. Es como árbol plantado a las orillas del agua,
que a la orilla de la corriente echa sus raíces.
No temerá cuando viene el calor,
y estará su follaje frondoso;
en año de sequía no se inquieta
ni se retrae de dar fruto. El corazón es lo más retorcido;
no tiene arreglo: ¿quién lo conoce? Yo, Yahveh, exploro el corazón,
pruebo los riñones,
para dar a cada cual según su camino,
según el fruto de sus obras.

 

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Les doy un mandamiento nuevo:
que se amen los unos a los otros.

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

En esta página Jeremías, retomando los argumentos presentes en varios libros del Antiguo Testamento, propone el tema de los "dos caminos": el que recorre quien confía en sí mismo y en sus propias fuerzas, destinado con seguridad al fracaso; y el que recorre quien confía en el Señor, próspero como el árbol que extiende sus raíces a lo largo del cauce del río. El profeta ya había acusado a Israel de haber abandonado a su Señor para acudir a Egipto y Asiria, con la convicción de que entre ellos encontraría apoyo y defensa. La abundancia de aguas del Nilo (Egipto) y el Éufrates (Asiria), que había empujado a Israel a acudir a estas dos grandes potencias, se revela como una amarga ilusión: "Maldito quien se fía del hombre... Es como el tamarisco en la Arabá... Vive en los sequedales del desierto, en saladar inhabitable" (v. 6). Con esta imagen el profeta advierte de la vanidad de confiar en el poderío humano. Sólo el Señor puede defender a ese pequeño pueblo y hacerlo crecer libre de la voracidad de los poderosos. Por ello el profeta anuncia: "Bendito quien se fía del Señor, pues no defraudará el Señor su confianza" (v. 7). En verdad es como si estuviera afianzado en la abundancia, continúa Jeremías: "Es como árbol plantado a la vera del agua, que junto a la corriente echa sus raíces. No temerá cuando viene el calor, y estará su follaje frondoso; en año de sequía no se inquieta ni se retrae de dar fruto" (v. 8). Con la imagen del agua, que en las zonas desérticas del Medio Oriente era el símbolo de la abundancia de la vida, el profeta quiere que sus oyentes comprendan lo indispensable de habitar en la fidelidad al Señor y su pacto. Jeremías concluye con la imagen del corazón, el lugar que indica la profundidad de los afectos y donde se toma la decisión de unirse a Dios para siempre.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.