ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Iglesia
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Iglesia
Jueves 10 de marzo


Lectura de la Palabra de Dios

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Yo soy el buen pastor,
mis ovejas escuchan mi voz
y devendrán
un solo rebaño y un solo redil.

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Éxodo 32,7-14

Entonces habló Yahveh a Moisés, y dijo: "¡Anda, baja! Porque tu pueblo, el que sacaste de la tierra de Egipto, ha pecado. Bien pronto se han apartado el camino que yo les había prescrito. Se han hecho un becerro fundido y se han postrado ante él; le han ofrecido sacrificios y han dicho: "Este es tu Dios, Israel, el que te ha sacado de la tierra de Egipto."" Y dijo Yahveh a Moisés: "Ya veo que este pueblo es un pueblo de dura cerviz. Déjame ahora que se encienda mi ira contra ellos y los devore; de ti, en cambio, haré un gran pueblo." Pero Moisés trató de aplacar a Yahveh su Dios, diciendo: "¿Por qué, oh Yahveh, ha de encenderse tu ira contra tu pueblo, el que tú sacaste de la tierra de Egipto con gran poder y mano fuerte? ¿Van a poder decir los egipcios: Por malicia los ha sacado, para matarlos en las montañas y exterminarlos de la faz de la tierra? Abandona el ardor de tu cólera y renuncia a lanzar el mal contra tu pueblo. Acuérdate de Abraham, de Isaac y de Israel, siervos tuyos, a los cuales juraste por ti mismo: Multiplicaré vuestra descendencia como las estrellas del cielo; toda esta tierra que os tengo prometida, la daré a vuestros descendientes, y ellos la poseerán como herencia para siempre." Y Yahveh renunció a lanzar el mal con que había amenazado a su pueblo.

 

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Les doy un mandamiento nuevo:
que se amen los unos a los otros.

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Israel se ha cansado de seguir a su Dios. Moisés había subido al monte para encontrarlo y recibir de Él la Ley, pero tardaba en bajar. ¿No era normal hacerse otro dios, el "becerro de oro", para adorarlo y seguirlo? El Señor lo sabe, conoce las elecciones de su pueblo como nos conoce a nosotros, y a los ídolos cotidianos que seguimos y adoramos para poder seguir escuchándonos a nosotros mismos. También Moisés lo sabe, y habla de ello con el Señor. Es hermoso este continuo coloquio de Moisés con su Dios. Habla de una intimidad y una familiaridad ejemplares para los creyentes. El Señor quiere construirla con todo su pueblo, como se verá en el capítulo 33, cuando Moisés encuentra a Dios en la tienda del encuentro. La paradoja de este nuevo ídolo está en el hecho de que Israel le atribuye la salvación obrada por Dios al liberarlo de la esclavitud de Egipto. ¡Cuántas veces olvidamos todo el bien que Dios ha obrado en nuestra vida, y nos atribuimos con orgullo méritos y logros en una lectura material de nuestra historia! Por ello la "ira del Señor" se enciende contra su pueblo. La ira de Dios muestra cómo no permanece indiferente ante el mal y la injusticia. "La ira de Dios –escribía Heschel- es el fin de la indiferencia". Dios no tolera que hagamos lo que queramos con los dones con los que ha enriquecido nuestra vida. Existe por tanto un juicio sobre cuanto hemos recibido, como mostrará Jesús en la parábola de los talentos. Pero Moisés, a pesar de ser plenamente consciente del pecado de su pueblo, no desea su fin, y se dirige a Dios para obtener misericordia. Son muy hermosas y profundas las palabras con las que Moisés trata de convencer a Dios de que desista de la idea de destruir a Israel. En primer lugar le recuerda cuanto ha hecho por Israel liberándolo de Egipto, exaltando su sabiduría y poniéndole en guardia para no dar motivos a los enemigos de su pueblo para denigrarlo: "¿Por qué han de decir los egipcios: Los sacó con mala intención, para matarlos en las montañas y exterminarlos de la superficie de la tierra?" Después Moisés recuerda al Señor la antigua historia de su pueblo y el juramento que les hizo a Abrahán, Isaac e Israel (Jacob), de hacer numerosa su descendencia y darles en herencia la tierra. Dios no se resiste a la oración de su siervo y "renunció a lanzar el mal con que había amenazado a su pueblo". Grande es la misericordia de Dios, que ante la oración de intercesión vuelve su mirada de benevolencia hacia los hombres. En el Año de la Misericordia, que cada uno asuma en su vida la misma misericordia de Dios, para que se puedan seguir realizando los prodigios de su amor.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.