ORACIÓN CADA DÍA

Oración de la Pascua
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Oración de la Pascua
Viernes 1 de abril


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Cristo ha resucitado de entre los muertos y no muere más!
El nos espera en Galilea!

Aleluya, aleluya, aleluya.

Hechos de los Apóstoles 4,1-12

Estaban hablando al pueblo, cuando se les presentaron los sacerdotes, el jefe de la guardia del Templo y los saduceos, molestos porque enseñaban al pueblo y anunciaban en la persona de Jesús la resurrección de los muertos. Les echaron mano y les pusieron bajo custodia hasta el día siguiente, pues había caído ya la tarde. Sin embargo, muchos de los que oyeron la Palabra creyeron; y el número de hombres llegó a unos 5.000. Al día siguiente se reunieron en Jerusalén sus jefes, ancianos y escribas, el Sumo Sacerdote Anás, Caifás, Jonatán, Alejandro y cuantos eran de la estirpe de sumos sacerdotes. Les pusieron en medio y les preguntaban: «¿Con qué poder o en nombre de quién habéis hecho vosotros eso?» Entonces Pedro, lleno del Espíritu Santo, les dijo: «Jefes del pueblo y ancianos, puesto que con motivo de la obra realizada en un enfermo somos hoy interrogados por quién ha sido éste curado, sabed todos vosotros y todo el pueblo de Israel que ha sido por el nombre de Jesucristo, el Nazoreo, a quien vosotros crucificasteis y a quien Dios resucitó de entre los muertos; por su nombre y no por ningún otro se presenta éste aquí sano delante de vosotros. El es la piedra que vosotros, los constructores, habéis despreciado y que se ha convertido en piedra angular. Porque no hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres por el que nosotros debamos salvarnos.»

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Cristo ha resucitado de entre los muertos y no muere más!
El nos espera en Galilea!

Aleluya, aleluya, aleluya.

El pasaje de los Hechos que hemos escuchado nos narra el arresto de Pedro y Juan por parte de la guardia del templo: "Les echaron mano y les pusieron bajo custodia hasta el día siguiente, pues caía ya la tarde". Se repite todo lo que le había sucedido a Jesús, no mucho tiempo antes. ¿El motivo? Porque, tras la curación del tullido, la gente acudía para escucharle con interés. Hay un contraste más o menos latente pero continuo entre la mentalidad egoísta y mayoritaria de este mundo y el Evangelio. La Palabra de Dios es siempre no solo un poco extraña para la mentalidad del mundo, sino también crítica. El Evangelio perturba toda violencia, inquieta toda supuesta respetabilidad, interroga toda resignación y lleva inexorablemente a superar el amor solo por uno mismo. Es el Evangelio el que mueve a Pedro y a Juan. Los miembros del sanedrín les preguntan: ¿Con qué poder o en nombre de quién habéis hecho eso vosotros?»; y los apóstoles, sin miedo, al contrario con mucha franqueza, responden que lo habían hecho con el poder de aquel Jesús que ellos habían crucificado. Aquel a quien ellos creían muerto y derrotado para siempre, había sido resucitado por Dios y ahora actuaba en el mundo a través de ellos, a través de aquel pequeño grupo de hombres y de mujeres que se declaraban con sinceridad sus discípulos. Pedro, retomando la imagen que Jesús había empleado en su tiempo, respondió: "Él es la piedra que vosotros, los constructores, habéis despreciado y que se ha convertido en piedra angular. En ningún otro está la salvación". Con estas palabras y con este testimonio comenzaba la predicación y la acción de la primera Iglesia en la historia. Pedro y Juan habían dejado a sus espaldas el miedo y el temor: ahora, con sinceridad, anuncian con las palabras y con las obras de curación que el Señor Jesús es el único salvador, el único pastor verdadero del pueblo de Israel, el único que puede traer salvación al mundo entero: "Porque no hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres por el que nosotros debamos salvarnos".

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.