ORACIÓN CADA DÍA

Oración de la Pascua
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Oración de la Pascua
Sábado 2 de abril


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Cristo ha resucitado de entre los muertos y no muere más!
El nos espera en Galilea!

Aleluya, aleluya, aleluya.

Hechos de los Apóstoles 4,13-21

Viendo la valentía de Pedro y Juan, y sabiendo que eran hombres sin instrucción ni cultura, estaban maravillados. Reconocían, por una parte, que habían estado con Jesús; y al mismo tiempo veían de pie, junto a ellos, al hombre que había sido curado; de modo que no podían replicar. Les mandaron salir fuera del Sanedrín y deliberaban entre ellos. Decían: «¿Qué haremos con estos hombres? Es evidente para todos los habitantes de Jerusalén, que ellos han realizado una señal manifiesta, y no podemos negarlo. Pero a fin de que esto no se divulgue más entre el pueblo, amenacémosles para que no hablen ya más a nadie en este nombre.» Les llamaron y les mandaron que de ninguna manera hablasen o enseñasen en el nombre de Jesús. Mas Pedro y Juan les contestaron: «Juzgad si es justo delante de Dios obedeceros a vosotros más que a Dios. No podemos nosotros dejar de hablar de lo que hemos visto y oído.» Ellos, después de haberles amenazado de nuevo, les soltaron, no hallando manera de castigarles, a causa del pueblo, porque todos glorificaban a Dios por lo que había occurrido,

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Cristo ha resucitado de entre los muertos y no muere más!
El nos espera en Galilea!

Aleluya, aleluya, aleluya.

La lectura de los Hechos continúa la narración del interrogatorio de Pedro y Juan ante los ancianos y los escribas tras la curación del tullido. El autor de los Hechos escribe que los ancianos y los escribas quedaron sorprendidos por la "sinceridad" con la que los dos discípulos de Jesús respondían a sus peticiones, también debido a su baja condición social, "hombres sin instrucción ni cultura". Por lo demás, eran galileos, pescadores. Los Hechos señalan la fuerza de las palabras de los dos discípulos que fueron acompañadas con la presencia junto a ellos del tullido curado. Era evidente la novedad de todo lo que había sucedido: que se encontraran delante de aquellos jueces era fuerza de las palabras evangélicas que habían obrado milagros. De aquí su estupor por todo lo que había sucedido y también su temor por la posible reacción negativa de la gente en caso de condena. Por tanto, intentaron atemorizarles con amenazas. Esta vez no se encuentran ante el Pedro de la traición en la casa del sumo sacerdote ni ante los discípulos de la fuga frente a la captura del Maestro. El Evangelio había cambiado profundamente también a Pedro y a Juan. Estos se habían hecho fuertes en sus corazones tras el descenso del Espíritu. Aquella "lengua como de fuego" que se había posado sobre sus cabezas en el cenáculo, ahora les volvía capaces de comunicar aquel fuego que quema y que cambia. Fortalecido por el don del Espíritu, Pedro responde a los miembros del Sanedrín: "Juzgad si es justo delante de Dios obedeceros a vosotros más que a Dios. No podemos nosotros dejar de hablar de lo que hemos visto y oído". No es una respuesta arrogante ni enojada, y en cualquier caso es también muy hábil. Podríamos decir que es un ejemplo extraordinario de cómo comunicar y defender el Evangelio. Toda generación cristiana debe hacerlo propio. Pedro y Juan saben bien que ya no pueden quedarse callados: ya no tienen miedo. El silencio habría significado distanciamiento del Evangelio. Quien tiene el Evangelio en el corazón no puede dejar de comunicarlo, incluso con el precio de su vida., pero debe hacerlo también de modo eficaz y respetuoso. El cristianismo es obra de atracción más que de convencimiento.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.