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Memoria de los pobres
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Memoria de los pobres

Recuerdo de san Estanislao, obispo de Cracovia y mártir (+1071). Defendió a los pobres, la dignidad del hombre y la libertad de la Iglesia y del Evangelio. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Memoria de los pobres
Lunes 11 de abril

Recuerdo de san Estanislao, obispo de Cracovia y mártir (+1071). Defendió a los pobres, la dignidad del hombre y la libertad de la Iglesia y del Evangelio.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Hechos de los Apóstoles 6,8-15

Esteban, lleno de gracia y de poder, realizaba entre el pueblo grandes prodigios y señales. Se levantaron unos de la sinagoga llamada de los Libertos, cirenenses y alejandrinos, y otros de Cilicia y Asia, y se pusieron a disputar con Esteban; pero no podían resistir a la sabiduría y al Espíritu con que hablaba. Entonces sobornaron a unos hombres para que dijeran: «Nosotros hemos oído a éste pronunciar palabras blasfemas contra Moisés y contra Dios.» De esta forma amotinaron al pueblo, a los ancianos y escribas; vinieron de improviso, le prendieron y le condujeron al Sanedrín. Presentaron entonces testigos falsos que declararon: «Este hombre no para de hablar en contra del Lugar Santo y de la Ley; pues le hemos oído decir que Jesús, ese Nazoreo, destruiría este Lugar y cambiaría las costumbres que Moisés nos ha transmitido.» Fijando en él la mirada todos los que estaban sentados en el Sanedrín, vieron su rostro como el rostro de un ángel.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Esteban era el primero de los siete diáconos elegidos entre los judíos helenistas. Enseguida destacó por su fuerte testimonio: "realizaba grandes prodigios y signos entre el pueblo", escribe Lucas; y en las discusiones nadie "era capaz de enfrentarse a la sabiduría y al Espíritu con que hablaba". Hasta dos capítulos de los Hechos narran sus vivencias; era una figura ejemplar en la primera comunidad; y hay que subrayar que el "servicio de la mesa" al que estaban destinados los siete diáconos no se limitaba solo a esto. Cada creyente debe servir las dos mesas, la de los pobres y la de la Palabra y la Eucaristía. No hay especializaciones exclusivas, para unos la predicación y para otros la caridad. Todo cristiano debe hacer ambas; y es importante observar que Lucas subraya que la acción de Esteban se desarrollaba "entre el pueblo". También los miembros del Sanedrín quedaban asombrados por la acción misionera de Esteban: "todos los que estaban sentados en el Sanedrín, vieron su rostro como el rostro de un ángel". Podríamos decir que en aquel tribunal tan importante Esteban recordaba a Moisés, cuyo ministerio fue rodeado por tal esplendor que los hijos de Israel no podían mirar fijamente a su rostro por la luz que desprendía (Ex 34,29ss.). Esteban, como Moisés, era verdaderamente un testimonio del amor de Dios, precisamente un ángel enviado por el Señor. Así debería ser todo discípulo. A imitación del Maestro, también Esteban sufre primero el prendimiento y luego el juicio ante el Sanedrín; y en el proceso es condenado con falsas acusaciones. Las vivencias de los discípulos son siempre las mismas que las del Maestro; y Esteban, en este momento difícil de su vida, es sostenido por la fuerza y por el Espíritu del Señor que no abandona a nadie, sobre todo en el momento de la prueba.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.