ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Madre del Señor
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Madre del Señor
Martes 26 de abril


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Espíritu del Señor está sobre ti,
el que nacerá de ti será santo.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Hechos de los Apóstoles 14,19-28

Vinieron entonces de Antioquía e Iconio algunos judíos y, habiendo persuadido a la gente, lapidaron a Pablo y le arrastraron fuera de la ciudad, dándole por muerto. Pero él se levantó y, rodeado de los discípulos, entró en la ciudad. Al día siguiente marchó con Bernabé a Derbe. Habiendo evangelizado aquella ciudad y conseguido bastantes discípulos, se volvieron a Listra, Iconio y Antioquía, confortando los ánimos de los discípulos, exhortándoles a perseverar en la fe y diciéndoles: «Es necesario que pasemos por muchas tribulaciones para entrar en el Reino de Dios.» Designaron presbíteros en cada Iglesia y después de hacer oración con ayunos, los encomendaron al Señor en quien habían creído. Atravesaron Pisidia y llegaron a Panfilia; predicaron en Perge la Palabra y bajaron a Atalía. Allí se embarcaron para Antioquía, de donde habían partido encomendados a la gracia de Dios para la obra que habían realizado. A su llegada reunieron a la Iglesia y se pusieron a contar todo cuanto Dios había hecho juntamente con ellos y cómo había abierto a los gentiles la puerta de la fe. Y permanecieron no poco tiempo con los discípulos.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

He aquí Señor, a tus siervos:
hágase en nosotros según tu Palabra.

Aleluya, aleluya, aleluya.

La oposición a la predicación del Evangelio no se detiene; al contrario, parece crecer, y llega hasta la lapidación de Pablo. Caído bajo las piedras, todos piensan que está muerto y se alejan dejándole en la calle. Se quedan solo los discípulos con él. Pablo, que había asistido a la lapidación de Esteban, ahora la había sufrido por mano de sus antiguos correligionarios. Quizá, mientras sentía el dolor producido por las piedras que le golpeaban, su pensamiento haya retrocedido hasta Jerusalén mientras lapidaban a Esteban y él custodiaba las vestimentas de los lapidadores. El testimonio del primer mártir tal vez le haya sostenido en aquella prueba muy dura y dolorosa. El apóstol, rodeado del consuelo de los discípulos, se vuelve a levantar. No solo no huye sino que vuelve a entrar inmediatamente en la ciudad y al día siguiente sigue su camino para anunciar el Evangelio en otro lugar. Esto podría dar la impresión de un Pablo que se complace con su heroísmo. En verdad, la única razón que le sostiene es el amor por el Señor que él ha puesto por encima de todas las cosas, incluso por encima de su misma vida; y en esto hay un ejemplo extraordinario para nosotros hoy. El apóstol nos recuerda que el amor evangélico que ha vivido Jesús pasa a través de la cruz. O mejor, la cruz no es la confirmación de la verdad evangélica. Junto a Bernabé, Pablo regresa a Antioquía, la ciudad de donde habían salido, y aquí no deja de anunciar el Evangelio para que la comunidad siga creciendo y fortaleciéndose. Pero sobre todo regresaron "allí donde habían sido confiados a la gracia del Señor"; y junto a todos los hermanos y las hermanas se alegran por todas las obras que el Señor había realizado a través de su predicación.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.