ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de Jesús crucificado
Palabra de dios todos los dias

Memoria de Jesús crucificado

Recuerdo de santa Catalina de Siena (1347-1380); trabajó por la paz, por la unidad de los cristianos y por los pobres. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Memoria de Jesús crucificado
Viernes 29 de abril

Recuerdo de santa Catalina de Siena (1347-1380); trabajó por la paz, por la unidad de los cristianos y por los pobres.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Hechos de los Apóstoles 15,22-31

Entonces decidieron los apóstoles y presbíteros, de acuerdo con toda la Iglesia, elegir de entre ellos algunos hombres y enviarles a Antioquía con Pablo y Bernabé; y estos fueron Judas, llamado Barsabás, y Silas, que eran dirigentes entre los hermanos. Por su medio les enviaron esta carta: «Los apóstoles y los presbíteros hermanos, saludan a los hermanos venidos de la gentilidad que están en Antioquía, en Siria y en Cilicia. Habiendo sabido que algunos de entre nosotros, sin mandato nuestro, os han perturbado con sus palabras, trastornando vuestros ánimos, hemos decidido de común acuerdo elegir algunos hombres y enviarlos donde vosotros, juntamente con nuestros queridos Bernabé y Pablo, que son hombres que han entregado su vida a la causa de nuestro Señor Jesucristo. Enviamos, pues, a Judas y Silas, quienes os expondrán esto mismo de viva voz: Que hemos decidido el Espíritu Santo y nosotros no imponeros más cargas que éstas indispensables: abstenerse de lo sacrificado a los ídolos, de la sangre, de los animales estrangulados y de la impureza. Haréis bien en guardaros de estas cosas. Adiós.» Ellos, después de despedirse, bajaron a Antioquía, reunieron la asamblea y entregaron la carta. La leyeron y se gozaron al recibir aquel aliento.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Terminada la primera asamblea general celebrada en Jerusalén en presencia también de Pablo y Bernabé, los presentes aprobaron todo lo que dijo Santiago y redactaron el primer "decreto conciliar" que fue luego llevado a la comunidad de Antioquía donde la cuestión debatida había estallado en la forma más desgarradora. Se podría decir que este Concilio ratificó la diversidad entre judaísmo y cristianismo. Hasta aquel momento la comunidad cristiana aparecía más como un grupo dentro del judaísmo que como una comunidad nueva. La asamblea de Jerusalén, guiada por el Espíritu, dejaba claro que la salvación venía del Evangelio y no de las prácticas rituales. Por esto en la carta se escribe: "Que hemos decidido el Espíritu Santo y nosotros no imponeros más cargas que éstas indispensables". Desde entonces quedó más clara la distinción entre cristianismo y judaísmo, aunque esto no significa la supresión de la relación tan estrecha y no eliminable. Al contrario, se puede decir que una relación profunda y vital con el judaísmo forma parte de la misma identidad cristiana. No solo las raíces son comunes, sino en cierto modo también la espera. Los judíos siguen esperando al Mesías; en cambio los cristianos saben que el Mesías ya ha venido pero, al mismo tiempo, esperan su segunda venida al final de los tiempos; y en esta espera estamos los dos unidos. Los cristianos saben que Jesús ha comenzado los tiempos nuevos del Reino de Dios: con su muerte y resurrección de hecho derrotó la muerte e inauguró el nuevo reino. Esta novedad es ciertamente un don, pero también una responsabilidad para que cada uno actúe para transformar el mundo con el fermento del Evangelio; y entre las responsabilidades que ahora aparecen con gran claridad está la de combatir todo atisbo de antisemitismo. Por desgracia en el pasado no ha sido siempre así. Es bueno por tanto mantener vivo el diálogo y el encuentro "fraterno" con los judíos a quienes nos une una relación especial e inseparable.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.