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Oración por la Paz
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Libretto DEL GIORNO
Oración por la Paz
Lunes 16 de mayo

En la Basílica de Santa María en Trastevere se reza por la paz


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Santiago 3,13-18

¿Hay entre vosotros quien tenga sabiduría o experiencia? Que muestre por su buena conducta las obras hechas con la dulzura de la sabiduría. Pero si tenéis en vuestro corazón amarga envidia y espíritu de contienda, no os jactéis ni mintáis contra la verdad. Tal sabiduría no desciende de lo alto, sino que es terrena, natural, demoníaca. Pues donde existen envidias y espíritu de contienda, allí hay desconcierto y toda clase de maldad. En cambio la sabiduría que viene de lo alto es, en primer lugar, pura, además pacífica, complaciente, dócil, llena de compasión y buenos frutos, imparcial, sin hipocresía. Frutos de justicia se siembran en la paz para los que procuran la paz.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

"¿Quién hay entre vosotros sabio o con experiencia?". La Palabra de Dios interroga siempre a quien la escucha, aunque no siempre de manera explícita como hace Santiago, que invita a los lectores a examinarse sobre la sabiduría y sobre la manera de comportarse. La verdadera sabiduría e inteligencia se miden en los actos. Sobre todo quien tiene una responsabilidad de gobierno debe demostrar su sabiduría en sus comportamientos, sin la seguridad que da el rol que tiene. Afirma que no es la sabiduría "natural", la que da belleza y orden a la vida de los creyentes o de las comunidades. Esta sabiduría se basa en el espíritu "demoníaco", ya que divide a los hermanos y las hermanas porque está impregnada de envidias y ambiciones. "Envidia y ambición" suelen ser el motor de nuestra sociedad, y a veces también de las realidades eclesiales. Escribe Beda el Venerable: "También dice Pablo: el hombre terrenal no comprende las cosas del Espíritu de Dios" (1 Co 2,14). Una sabiduría ambiciosa y amarga es descrita justamente como terrenal, natural y demoníaca, porque mientras el alma busca la gloria terrenal está privada de la gracia espiritual y piensa solo lo que le sale natural desde el pecado original". Distinta es, en cambio, "la sabiduría que viene de lo alto", es decir, de Dios. Esta impulsa al creyente a cumplir la voluntad de amor del Señor y a buscar no la exaltación de sí mismo sino el cumplimiento de la palabra evangélica. Santiago enumera siete características de esta sabiduría según Dios: es pura, pacífica, indulgente, dócil, llena de misericordia y buenos frutos, imparcial y sin hipocresía. La primera característica ("pura") indica aquí la lealtad para con los demás, en oposición a la mentira que provoca tanto daño. El resto de los adjetivos describe una manera de vivir con los demás caracterizada por la sinceridad y el amor. Se podría recordar el himno al amor del capítulo trece de la primera Epístola a los Corintios. Solo actuando de ese modo se puede vivir en aquella paz verdadera que produce justicia. El cristiano, en definitiva, es sabio cuando imita a Jesús, manso y humilde de corazón. ¡Cuántas veces buscamos las respuestas adecuadas o la capacidad de valorar en profundidad la vida! Santiago nos ayuda a pedir la sabiduría que viene de lo alto, la que es incomprensible a los sabios de este mundo y que es revelada a los sencillos, porque es sabiduría del corazón. El apóstol Pablo, en esta misma línea, exhorta así a los corintios: "Si alguno entre vosotros se cree sabio según este mundo, vuélvase loco, para llegar a ser sabio; pues la sabiduría de este mundo es locura a los ojos de Dios" (1 Co 3,18).

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.