ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los pobres
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de los pobres
Lunes 13 de junio


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

1Reyes 21,1-16

Después de estos sucesos ocurrió que Nabot, de Yizreel, tenía una viña junto al palacio de Ajab, rey de Samaría, y Ajab habló a Nabot diciendo: "Dame tu viña para que me sirva de huerto para hortalizas, pues está pegando a mi casa, y yo te daré por ella una viña mejor que está, o si parece bien a tus ojos te daré su precio en dinero." Respondió Nabot a Ajab: "Líbreme Yahveh de darte la herencia de mis padres." Se fue Ajab a su casa triste e irritado por la palabra que le dijo Nabot de Yizreel: "No te daré la heredad de mis padres"; se acostó en su lecho, volvió su rostro y no quiso comer. Vino a donde él su mujer Jezabel, y le habló: "¿Por qué está triste tu espíritu y por qué no quieres comer?" El le respondió: "Porque he hablado con Nabot de Yizreel y le he dicho: "Dame tu viña por dinero o, si lo prefieres, te daré una viña a cambio", y me dijo: "No te daré mi viña."" Su mujer Jezabel le dijo: "¿Y eres tú el que ejerces la realeza en Israel? Levántate, come y que se alegre tu corazón. Yo te daré la viña de Nabot de Yizreel." Escribió cartas en nombre de Ajab y las selló con su sello, y envió las cartas a los ancianos y notables que vivían junto a Nabot. En las cartas había escrito: "Proclamad un ayuno y haced sentar a Nabot a la cabeza del pueblo. Haced que se sienten frente a él dos malvados que le acusarán diciendo: "Has maldecido a Dios y al rey" y le sacaréis y le apedrearéis para que muera." Los hombres de la ciudad, los ancianos y notables que vivían junto a Nabot en su ciudad, hicieron lo que Jezabel les había mandado, de acuerdo con lo escrito en las cartas que les había remitido. Proclamaron un ayuno e hicieron sentar a Nabot a la cabeza del pueblo. Llegaron los dos malvados, se sentaron frente a él y acusaron los malvados a Nabot delante del pueblo diciendo: "Nabot ha maldecido a Dios y al rey"; le sacaron fuera de la ciudad, le apedrearon y murió. Enviaron a decir a Jezabel: "Nabot ha sido apedreado y ha muerto." Cuando Jezabel oyó que Nabot había sido apedreado y muerto, dijo a Ajab: "Levántate, toma posesión de la viña de Nabot, el de Yizreel, el que se negó a dártela por dinero, pues Nabot ya no vive, ha muerto." Apenas oyó Ajab que Nabot había muerto, se levantó y bajó a la viña de Nabot, el de Yizreel, para tomar posesión de ella.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El episodio de la viña de Nabot y del abuso de Ajab recuerda episodios similares que encontramos en la Escritura, como el plan asesino de David para hacerse con Betsabé o el falso testimonio de los dos ancianos contra Susana. Y el móvil es la sed de satisfacer los deseos de tener, un demonio que continúa asomándose a la historia de los hombres y que con gran facilidad logra crear un clima de complicidad que llega al asesinato. Ajab deseaba la "viña" de Nabot, que estaba junto al palacio de Yizreel, una localidad que domina el valle homónimo del norte de Israel. Quería anexionarla al palacio para transformarla en un huerto, literalmente, en un "huerto ajardinado". Transformar una viña, símbolo de la fertilidad de la tierra prometida y de la bendición divina, en un "huerto ajardinado" demuestra el capricho del rey y su estupidez. Además, la propiedad de Nabot era una herencia familiar y por lo tanto quedarse con ella no solo era un acto vergonzoso sino también sacrílego. Por eso Nabot se niega a cederla. El rey, admitiendo las razones religiosas y no religiosas que arguye Nabot, vuelve al palacio triste e irritado, pero no toma ninguna decisión. Para resolver la situación, Jezabel, mujer extranjera y sin escrúpulos, urde con cruel esmero un plan para dar muerte a Nabot y poder entonces quedarse con la viña. La arrogancia de Jezabel le permite encontrar cómplices para instruir un proceso aparentemente legal que lleve a la muerte de Nabot aprovechando una costumbre que había según la cual cada vez que se producía una calamidad pública se convocaba una asamblea popular para conocer sus causas y eliminarlas. El pretexto tal vez fue la sequía que asoló la región. Jezabel lo prepara todo para que la culpa recaiga sobre Nabot. Dos falsos testigos lo acusan de haber maldecido a Dios y al rey (Ex 22,27). Entonces Nabot es llevado fuera de la ciudad y es lapidado. La ambición y el cinismo de la reina, a los que se suma la complicidad de los altos funcionarios corruptos, y también el pueblo entero que se deja convencer lleva al asesinato del inocente Nabot. El mal es fuerte y al mismo tiempo hábil: sabe crear complicidades que son capaces de tejer redes de pérfida confabulación que llevan, como en este caso, a la muerte de un justo. Es una historia que recuerda poderosamente a lo que le pasará a Jesús, condenado a muerte injustamente tras un falso proceso. Todos estamos llamados a no ser cómplices del mal no solo de manera activa sino también cuando nos desinteresamos de ciertas situaciones para quedarnos tranquilos. Pero ¿cómo podemos asistir a toda esa injusticia que lleva a la muerte de inocentes?

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.