ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los santos y de los profetas
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de los santos y de los profetas
Miércoles 15 de junio


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes son una estirpe elegida,
un sacerdocio real, nación santa,
pueblo adquirido por Dios
para proclamar sus maravillas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

2Reyes 2,6-14

Le dijo Elías: "Quédate aquí, porque Yahveh me envía al Jordán." Respondió: "Vive Yahveh y vive tu alma que no te dejaré", y fueron los dos. Cincuenta hombres de la comunidad de los profetas vinieron y se quedaron enfrente, a cierta distancia; ellos dos se detuvieron junto al Jordán. Tomó Elías su manto, lo enrolló y golpeó las aguas, que se dividieron de un lado y de otro, y pasaron ambos a pie enjuto. Cuando hubieron pasado, dijo Elías a Eliseo: "Pídeme lo que quieras que haga por ti antes de ser arrebatado de tu lado." Dijo Eliseo: "Que tenga dos partes de tu espíritu." Le dijo: "Pides una cosa difícil; si alcanzas a verme cuando sea llevado de tu lado, lo tendrás; si no, no lo tendrás." Iban caminando mientras hablaban, cuando un carro de fuego con caballos de fuego se interpuso entre ellos; y Elías subió al cielo en el torbellino. Eliseo le veía y clamaba: "¡Padre mío, padre mío! Carro y caballos de Israel! ¡Auriga suyo!" Y no le vio más. Asió sus vestidos y los desgarró en dos. Tomó el manto que se le había caído a Elías y se volvió, parándose en la orilla del Jordán. Tomó el manto de Elías y golpeó las aguas diciendo: ¿Dónde está Yahveh, el Dios de Elías?" Golpeó las aguas, que se dividieron de un lado y de otro, y pasó Eliseo.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes serán santos
porque yo soy santo, dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Con esta página se abre el "ciclo" de Eliseo, de quien ya se habla en el primer libro de los Reyes, cuando Elías, echándole el manto encima, lo llama para que le siga (1 R 19,19). Elías ahora está atravesando el Jordán como para dirigirse hacia su "tierra prometida", el cielo. Mientras los dos caminaban, un carro de fuego tirado por caballos, también de fuego, se interpuso entre ellos. El libro del Eclesiástico, como si quisiera subrayar la fuerza de la palabra profética, dirá: "Surgió el profeta Elías como un fuego, su palabra quemaba como antorcha" (48,1). Elías, pues, es arrebatado al cielo y Eliseo, mientras grita hacia su maestro, lo ve desaparecer en las alturas. La desaparición de Elías, descrita con imágenes típicas de la teofanía, indica la experiencia religiosa de la muerte de Elías y el paso a Eliseo del ministerio profético. Este, recibiendo el manto de su maestro, se convierte en el continuador oficial de aquel. Escribe el autor: "Recogió el manto que había caído de las espaldas de Elías, volvió al Jordán y se detuvo a la orilla". El discípulo debe volver al Jordán para beber nuevamente de la fuente de la Palabra y transmitirla al pueblo del Señor. Eliseo, de hecho, como todo profeta, y más aún, como todo discípulo, no está llamado a proponer sus doctrinas o sus pensamientos, sino a continuar la misión del maestro. Eliseo había pedido a Elías: "que pasen a mí dos tercios de tu espíritu" (la traducción literal es "dos tercios"; otros traducen "el doble"). De hecho, la tradición rabínica comenta que Elías hizo ocho milagros mientras que Eliseo hizo dieciséis. El discípulo acoge la herencia que Elías le transmite con el manto y su obra cobra eficacia. Aquel manto enrollado tiene la fuerza de dividir las aguas del Jordán para que el profeta pueda cruzarlo. Es evidente la analogía con el bastón de Moisés que dividió el Mar Rojo (Ex 14,16), y confirma también el paralelismo entre Moisés y Elías. De hecho, también Elías había tenido un encuentro con el Señor en el Horeb, como Moisés, y muere fuera de la tierra prometida, en Transjordania. Y también de Elías se conoce el sepulcro, como confirma la búsqueda de los cincuenta valientes (vv. 15-18). La alusión al paso del Mar Rojo y del Jordán es evidente también en los nombres de las localidades citadas comunes al primer paso del Jordán (Guilgal, Jericó y Betel). El paralelismo entre Moisés y Elías se establece también entre Elías y Eliseo. Y la analogía de las situaciones que Eliseo está llamado a afrontar (la destrucción de la dinastía de Ajab, la guerra contra Baal, la amenaza aramea y el contraste entre un Israel fiel y uno infiel) demuestran la continuidad de la misión profética frente a la permanencia del pecado y de la infidelidad del pueblo de Dios. Toda generación necesita que se anuncie la palabra de Dios. El "espíritu del Señor" (v. 16) que los judíos habían olvidado, vuelve a aparecer con los profetas que chocan contra la monarquía (1 R 22,24). La continuidad de la profecía subraya la fidelidad de Dios que no cesa de acompañar y de hablar a su pueblo para que no se aleje del camino de la salvación. El profeta, por su parte, está llamado a vivir únicamente de la Palabra que debe anunciar con valentía y generosidad. La Palabra es siempre la misma, aunque se proclame de manera nueva. Podríamos decir que también nosotros debemos acoger el "manto" de Elías, es decir, el espíritu de profecía, para vivirlo en nuestros días. Se suceden los profetas pero el "espíritu" es siempre único. Y la presencia de los "hijos de los profetas" apunta a la comunidad de los hermanos y de las hermanas que acompaña a la misión profética.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.