ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Iglesia
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Iglesia
Jueves 23 de junio


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Yo soy el buen pastor,
mis ovejas escuchan mi voz
y devendrán
un solo rebaño y un solo redil.

Aleluya, aleluya, aleluya.

2Reyes 24,8-17

Dieciocho años tenía Joaquín cuando comenzó a reinar y reinó tres meses en Jerusalén; el nombre de su madre era Nejustá, hija de Elnatán, de Jerusalén. Hizo el mal a los ojos de Yahveh enteramente como había hecho su padre. En aquel tiempo las gentes de Nabucodonosor, rey de Babilonia, subieron contra Jerusalén y la ciudad fue asediada. Vino Nabucodonosor, rey de Babilonia, a la ciudad, mientras sus siervos la estaban asediando. Joaquín, rey de Judá, se rindió al rey de Babilonia, él, su madre, sus servidores, sus jefes y eunucos; los apresó el rey de Babilonia en el año octavo de su reinado. Se llevó de allí todos los tesoros de la Casa de Yahveh y los tesoros de la casa del rey, rompió todos los objetos de oro que había hecho Salomón, rey de Israel, para el santuario de Yahveh, según la palabra de Yahveh. Deportó a todo Jerusalén, todos los jefes y notables, 10.000 deportados; a todos los herreros y cerrajeros; no dejó más que a la gente pobre del país. Deportó a Babilonia a Joaquín, a la madre del rey y a las mujeres del rey, a sus eunucos y a los notables del país; los hizo partir al destierro, de Jerusalén a Babilonia. Todos los hombres de valor, en número de 7.000, los herreros y cerrajeros, un millar, todos los hombres aptos para la guerra, el rey de Babilonia los llevó deportados a Babilonia. El rey de Babilonia puso por rey, en lugar de Joaquín, a su tío Mattanías, cambiando su nombre en Sedecías.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Les doy un mandamiento nuevo:
que se amen los unos a los otros.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El reino de Judá que se había salvado de la invasión asiria en el 701 a.C., tras haber vivido un momento de recuperación gracias a la reforma religiosa de Josías, va hacia su fin. El texto habla del rey Joaquín, de tan solo dieciocho años, que estaba en manos de su madre, Nejustá, que lleva una vida corrupta al igual que pasaba bajo el reinado de su padre: "Hizo lo que Yahvé detesta, igual que había hecho su padre". El versículo indica la fuerza de una corrupción que es consecuencia de haberse alejado de la ley del Señor. Existe un lazo entre el abandono de la Ley de Dios y la corrupción que se instaura cada vez más en la vida de la ciudad. Es algo que marca la historia de Israel y que los dos libros de los reyes destacan de manera especialmente evidente. Pero es algo también de nuestro tiempo: abandonar a Dios lleva a afirmarse a uno mismo, al propio grupo, llegando incluso a abusar de los demás y a atacarles, sobre todo a los más débiles y a los más pobres. La historia que refiere esta página bíblica demuestra también la capitulación del rey y de toda la ciudad de Jerusalén, que queda empobrecida y sometida al poderoso reino babilonio. Nabucodonosor –estamos en el año 597 a.C.– pone Jerusalén bajo asedio y, sin esperar mucho tiempo, ve cómo el rey Joaquín se rinde y se entrega. El texto no habla de ninguna iniciativa de fe y de oración al Señor para que defienda a su pueblo. Distinta es la reacción de Ezequías, quien, ante las amenazas del rey asirio, corrió al Templo para elevar su oración al Señor. Ahora, en una ciudad dominada por la corrupción, el rey salió y se entregó espontáneamente, con toda la corte, al rey enemigo. Nabucodonosor entró en la ciudad saqueando todos sus tesoros y deportando a Babilonia a toda la clase dirigente con todos los maestros artesanos. En Jerusalén –destaca con tristeza el texto– "no quedó más que la gente más pobre del país". Y el rey babilonio puso como nuevo rey al tío de Joaquín, Matanías, al que cambió el nombre por el de Sedecías. Es el triste final de un rey que, tras haber abandonado al Señor, se ve obligado a abandonar también su ciudad para ser deportado y convertirse en esclavo de su adversario.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.