ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los pobres
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de los pobres
Lunes 27 de junio


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Amós 2,6-10.13-16

Así dice Yahveh: ¡Por tres crímenes de Israel y por cuatro,
seré inflexible!
Porque venden al justo por dinero
y al pobre por un par de sandalias; pisan contra el polvo de la tierra la cabeza de los débiles,
y el camino de los humildes tuercen;
hijo y padre acuden a la misma moza,
para profanar mi santo Nombre; sobre ropas empeñadas se acuestan
junto a cualquier altar,
y el vino de los que han multado beben en la casa de
su dios... Yo había destruido al amorreo delante de ellos,
que era alto como la altura de los cedros
y fuerte como las encinas;
yo había destruido su fruto por arriba
y sus raíces por abajo. Y yo os hice subir a vosotros del país de Egipto
y os llevé por el desierto cuarenta años,
para que poseyeseis la tierra del amorreo. ¡Pues bien, yo os estrujaré debajo,
como estruja el carro que está lleno de haces! Entonces le fallará la huida al raudo,
el fuerte no podrá desplegar su vigor,
y ni el bravo salvará su vida. El que maneja el arco no resistirá,
no se salvará el de pies ligeros,
el que monta a caballo no salvará su vida, y el más esforzado entre los bravos
huirá desnudo el día aquel,
oráculo de Yahveh.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este oráculo del profeta es consecuencia de los crímenes cometidos contra los pobres de Israel. Se imputan a Israel siete pecados, todos caracterizados por la injusticia social, como la venta de personas, la brutalidad contra los pobres, cuya cabeza "pisan contra el polvo de la tierra", la inmoralidad de los comportamientos, la negación del derecho de los pobres o la apropiación indebida de los bienes del santuario. Para quien vive en la saciedad y en la abundancia, la vida de los demás y en especial la de los pobres a menudo no tiene ningún valor. La parábola evangélica del buen samaritano es una historia antigua que atraviesa toda la historia y toda la geografía del planeta. ¡Cuánta violencia contra los pobres! Los profetas vuelven a menudo para denunciarla. No pocas veces también los creyentes están ciegos ante la brutalidad contra los desdichados y los débiles. Amós comprende que es indispensable denunciar públicamente aquella situación. Es el estilo típico de los profetas: anunciar la Palabra de Dios es siempre denunciar las injusticias y las violencias contra los demás, sobre todo si son pobres y débiles. En el caso de Israel –y también de los discípulos de Jesús– hay un duro agravante: el Señor lo ha ayudado y lo ha liberado. Dios –destaca Amós– había liberado a Israel de los amorreos (los habitantes de la tierra de Canaán), pueblo fuerte y guerrero, precisamente porque es un Dios que salva a su pueblo necesitado y esclavo. También había enviado a testigos de su palabra, nazireos y profetas. Pero Israel, después de ser liberado, cayó en la soberbia, y olvidó la misericordia y la ayuda del Señor, despreció a los nazireos (consagrados al Señor) y se comportó de manera arrogante pisoteando a los débiles y los pobres. Olvidó por completo lo que Dios hizo cuando Israel era pobre. Olvidar la misericordia que Dios ha tenido con nosotros nos vuelve arrogantes, violentos y crueles. Por eso Dios rebajará a Israel ("he decidido apretujaros") mientras no reconozca su pequeñez y su necesidad. Las siete imágenes finales demuestran que lo que el hombre cree que es su fuerza, en realidad está destinado al fracaso. Solo en Dios está la fuerza de los creyentes, tanto ayer como hoy.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.