ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los santos y de los profetas
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de los santos y de los profetas
Miércoles 13 de julio


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes son una estirpe elegida,
un sacerdocio real, nación santa,
pueblo adquirido por Dios
para proclamar sus maravillas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Isaías 10,5-7.13-16

¡Ay, Asur,
bastón de mi ira,
vara que mi furor maneja! Contra gente impía voy a guiarlo,
contra el pueblo de mi cólera voy a mandarlo,
a saquear saqueo y pillar pillaje,
y hacer que lo pateen como el lodo de las calles. Pero él no se lo figura así,
ni su corazón así lo estima,
sino que su intención es arrasar
y exterminar gentes no pocas. Porque dijo:
"Con el poder de mi mano lo hice,
y con mi sabiduría, porque soy inteligente,
he borrado las fronteras de los pueblos,
sus almacenes he saqueado,
y he abatido como un fuerte a sus habitantes. Como un nido ha alcanzado mi mano
la riqueza de los pueblos,
y como se recogen huevos abandonados,
he recogido yo toda la tierra,
y no hubo quien aleteara
ni abriera el pico ni piara." ¿Acaso se jacta el hacha
frente al que corta con ella?
¿o se tiene por más grande
la sierra que el que la blande?
¡como si la vara moviera al que la levanta!
¡como si a quien no es madera el bastón alzara! Por eso enviará Yahveh Sebaot
entre sus bien comidos, enflaquecimiento,
y, debajo de su opulencia,
encenderá un incendio
como de fuego.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes serán santos
porque yo soy santo, dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El oráculo que hemos escuchado pertenece a la última actividad de Isaías y su destinatario es Asiria, el gran imperio que condicionaba la vida de los pueblos en tiempos del profeta. El texto es una reflexión espiritual de los acontecimientos de la historia. El imperio asirio pasa de ser un instrumento para la actuación de Dios a una fuerza violenta y arrogante. Pero ese sueño imperialista –como los sueños de todos los tiempos– serán derrotados por la historia. Para que Israel vuelva a ser fiel a la alianza, el amor sabio de Dios utiliza también al poderoso imperio asirio y le asigna una tarea ciertamente punitiva, si bien limitada. Estas palabras reflejan una concepción teológica de la historia: Dios la guía. Pero si nuestros ojos no la leen en profundidad, es decir, si no miramos los acontecimientos del mundo con la mirada de la fe, no comprendemos la acción de Dios y la interpretamos de manera equivocada cuando sucede, pensando que guían la historia los poderosos o los que piensan que son poderosos. Esta visión orgullosa de uno mismo y de las fuerzas propias lleva a los asirios a prevaricar: ya no corrigen a Israel para alejarlo del mal, sino que piensan más bien en oprimirlo, en someterlo a su poder. Es la actitud de todo aquel que, pequeño o grande, piensa que es señor de la historia, señor de la vida de los demás con el objetivo de afirmarse ante todo a sí mismo. Isaías denuncia la arrogancia de este modo de pensar, apunta la necedad que esconde y anuncia su inevitable fracaso: "Enviará Yahvé Sebaot flaqueza entre sus bien comidos". Solo en Dios y en su fuerza encontramos la salvación. En un tiempo como el nuestro, en el que personas, grupos pueblos persiguen el poder para dominar a los demás, las palabras de Isaías suenan como una advertencia y también como una esperanza para aquellos que se dirigen con humildad al Señor para pedirle su ayuda.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.